En lo que se registró como su primera jornada laboral completa, el 23 de enero de 2017, Trump retiró a los Estados Unidos del acuerdo comercial de la Asociación Transpacífico (TPP), bandera de Barack Obama y expresión máxima del multilateralismo económico-comercial.
Cuatro días más tarde, firmó una orden ejecutiva para impedir que personas tramitando la condición de refugiados, así como ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, puedan ingresar al país.
Desde una retórica contraria al consenso y tendiente a la intimidación, el programa prometido se cumplió prontamente teniendo en ese primer año la erosión de tres de de los principales legados de su predecesor en el cargo: la salida del Acuerdo Nuclear con Irán, el retiro del Acuerdo de París contra el Cambio Climático y la retracción de los avances mantenidos en las relaciones con la República de Cuba.
El segundo año al frente del país tuvo para el comienzo de abril una de las pocas políticas sostenidas en estos años. Lógicamente, una de conflictos. El 1 de ese mes China anunció la imposición de aranceles a productos estadounidenses en respuesta a las medidas tomadas por Washington sobre el acero y el aluminio (algo inicialmente económico pero finalmente redireccionado hacia lo político con los casos WeChat y TikTok).
Como preludio de los alcances efectivizados en plena campaña, ahora por la reelección, se dispuso reconocer a Jerusalén como la capital del Estado de Israel y trasladar la Embajada de los Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén.
Vale recordar que en 1995 el Congreso de los Estados Unidos ordenó que la Embajada estuviera ubicada en Jerusalén. Durante más de dos décadas, todos los jefes de Estado, tanto republicanos como demócratas, han firmado una exención cada seis meses que les permite retrasar el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén por motivos de seguridad nacional.
Para el 12 de junio de 2018 y después de advertir que quizás Estados Unidos “deba destruir totalmente Corea del Norte”, Trump y su pragmatismo se reunieron se reunieron en Singapur con el líder norcoreano Kim Jong-un.
El cierre de su segundo año tuvo como destacado, contra el consejo de buena parte de sus asesores militares, el anuncio de retirar las tropas norteamericanas de la República Árabe de Siria, noticia acompañada con la afirmación de que el Estado Islámico había sido derrotado.
Por supuesto, todos estos alardes tienen incontables notas al pie, aunque también es cierto que hay algo de verdad en ellos. Por caso, la relación con Corea del Norte se encuentra en su punto de tensión más bajo en años, ISIS perdió su “califato” territorial y el renegociado acuerdo comercial con México y Canadá es nominalmente mejor para los trabajadores norteamericanos.
Por su parte, el grupo terrorista, al menos desde la perspectiva ideológica permanece vigente, al tiempo que continúan organizando ataques en Afganistán, Irak, Siria, Egipto y África Occidental.
Pero la desescalada de las tensiones no fue así en el Golfo Pérsico. Tras el restablecimiento de las relaciones diplomáticas promovido por la administración Obama, el retorno de los históricos conflictos entre Irán y los Estados Unidos se estrenó con el retiro del Acuerdo Nuclear y se exacerbó con el asesinato del principal general de la República Islámica, Qassem Soleimani.
Los 4 años de Trump deja explicitada la búsqueda desde la política exterior norteamericana en reorientar sus compromisos estratégicos en Medio Oriente. Tras más de una década de presencias desmesuradas y costos semejantes, el retroceso de los Estados Unidos expone abiertamente a una región donde la ausencia de un sheriff, profundizará la carrera de los actores del área por ocupar ese asiento.
Lejos de la estabilidad, este redireccionamiento presenta en Irán un peligroso punto de intermitencia. El retiro del Acuerdo no sólo interrumpe el alto producido sobre décadas de enfrentamiento entre ambas partes, sino que la contraposición entre Estados Unidos y sus aliados con el “eje de la resistencia” iraní genera un espacio de tierra fértil que no sólo profundiza las crisis humanitarias existentes en Yemen o Siria, sino que además añade el potencial escenario de enfrentamiento armado entre Irán con Israel y/o Arabia Saudita.
Una última mención para nuestra región. Como señala Juan Gabriel Tokatlian, resulta difícil encontrar desde la Segunda Guerra Mundial un presidente que haya tratado con más desdén, desinterés y desánimo a América Latina que Trump.
El vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella apunta en este sentido que “salvo por la visita al G-20 de Buenos Aires, no ha visitado América Latina. No se ha interesado siquiera en un viaje a México o a Brasil, donde está Bolsonaro. No ha asistido a la Cumbre de las Américas de 2018 en Perú”.