Sobre el cierre de la jornada del día de ayer y desde la costa este de los Estados Unidos, los Milwaukee Bucks hicieron historia. No por definir la serie contra Orlando y avanzar a semifinales de los playoffs ni mucho menos por lograr la ansiada segunda estrella en la historia del equipo que hoy comanda el jugador más valioso (MVP), Giannis Antetokounmpo.
No, la decisión fue bastante más importante, porque a partir de un nuevo caso de brutalidad racial policial que tuvo lugar en su Estado (Wisconsin), más precisamente en la ciudad de Kenosha, los jugadores y el personal del plantel comunicaron su decisión de no salir a jugar el partido programado.
El hecho (que a su vez produjo un efecto rebote en otras disciplinas) prontamente contó con el apoyo del resto de los equipos que se encuentran en “la burbuja” de Florida donde hasta ayer se disputaban los cuartos de final de conferencia por los playoffs de una temporada que sin tener un campeón (y habrá que ver si lo tiene) ya cuenta con una inmensa lista de títulos en su haber.
Y en esto una reflexión conceptual, minúscula frente a la importancia de los hechos pero siempre necesaria en lo inevitable de que las palabras crean sentidos y realidades: Quizás los boicots impulsados por la administración Carter en Moscú 1980 y la respuesta soviética para Los Ángeles 1984, ambos síntomas de la etapa conocida como Segunda Guerra Fría, sean, en efecto, boicots.
La decisión estrenada por los Bucks, amplificada por Lebron James y tomada por toda la NBA es eso, una decisión. Visibilizar algo que queda retratado en el himno que se escucha rodilla en tierra y con el Black Lives Matter como el auspicio más importante de la cancha.