El peso político y simbólico del plebiscito como instrumento consultiva tiene en la historia reciente chilena una importancia mayúscula.
Fue cuarenta años atrás bajo la dictadura de Augusto Pinochet que (en circunstancias donde las libertades individuales se encontraban fuertemente restringidas) se terminó por aprobar la Constitución vigente en la actualidad, en tanto ocho años después, bajo ese mismo recurso, se decidió finalizar la continuidad en el poder de ese mismo gobierno de facto.
Es por esto que una lectura más cercana a la realidad y lejana a la épica da cuenta de que lo que se jugó en el plebiscito de 1988 no fue la derrota del régimen sino la administración inmediata de ese proceso de transición democrática, dando forma y continuidad a las reglas del juego, al menos hasta hoy, vigentes.
La más concreta de esas continuidades fue la instalación casi inercial del capitalismo neoliberal como estructura económica nacional.
Fue este modelo el que al menos en una primera instancia dio resultados positivos frente a una sociedad que tras los 17 años pinochetistas estructuró la pobreza y la miseria como rasgos fundantes de la sociedad: el ingreso y consumo per cápita aumentaron, la inflación logró contenerse y el crecimiento, a contramano de la región, logró sostenerse por décadas.
Sin embargo, muchos de estos indicadores macro son los que pierden en el número las profundas desigualdades que también se configuraron como parte estructural y necesaria de este ordenamiento económico.
En lo político, por su parte, persistieron los amarres que el propio artífice de la Constitución, Jaime Guzmán, explicara allá por 1979: “Es preferible crear una realidad que restrinja a quien gobierna a sus demandas. Es decir, si nuestros adversarios llegan al poder, se verán obligados a tomar acciones que no sean tan diferentes a las que nos gustaría”.
De este modo, pese a los constantes parches que se han realizado sobre la Constitución Política del país, continúan presentes instituciones como el Tribunal Constitucional, los quórum supra mayoritarios y fundamentalmente, la indecisión política de lograr desde lo normativo cambios sustantivos sobre las demandas de la ciudadanía.
Como señala Carolina Tohá, lo que ha hecho explotar a Chile es la incapacidad del sistema político de destrabar los debates que no tenían una salida en el marco de la institucionalidad vigente. La derecha estiró demasiado el chicle de las ventajas que le daba el sistema. Las fuerzas del centro y la izquierda, por su lado, nunca convocaron al electorado a dirimir ese conflicto, de hecho, nunca lo levantaron como un dilema central.