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Crónica de una argentina en el epicentro de la pandemia: Nueva York

Mercedes Bidart trabaja en la oficina del alcalde de la ciudad y relata como vive en el centro mundial hoy del coronavirus 

Crónica de una argentina en el epicentro de la pandemia: Nueva York

Hola, desde el epicentro de la pandemia. La Ciudad de Nueva York. Desde mi departamento en un piso seis por escalera en Williamsburg, el barrio hipster de Brooklyn. El barrio que hace una semana tenía sus parques llenos de jóvenes de treinta haciendo ejercicio, pic-nics, jugando al frisbee, sacandose selfies, mirando de un grupo a otro con ganas de conversar. A las mochilas de algunes se les veía un alcohol en gel colgando, pero no más que lo normal.

Hace una semana, cuando volví del parque, puse la tv pública de Argentina en mi compu. Alberto anunciaba la cuarentena obligatoria. Y acá seguía sonando Drake a todo volumen y el alcalde se tomaba fotos en el gimnasio del YMCA de Park Slope.

Desde la pequeña ventana de mi living llego a ver el Empire State, que a las 21hrs cada noche titila su luz blanca como agradecimiento al personal de salud que está tratando a los miles de pacientes con COVID-19 que caen en los hospitales. Bueno, o más de miles, ya es imposible llevar la cuenta por la falta de tests, pero dicen que llevamos más de 60 mil en La Ciudad. Cada noche a las 21hrs siento escalofríos. 

Hace más de una semana, hace tres meses que sabemos sobre este virus. Hace tres meses lo veíamos crecer en Wuhan. Y hoy, la Ciudad de Nueva York, es el nuevo Wuhan. 

No lo vieron venir? Claro que si. Pero el toro, las luces del Empire State y la llama de la Estatuta de la Libertad son difíciles de apagar. Cómo hacés para pedirle a los turistas de La Ciudad que se queden en sus hoteles, que los new yorkers se encierren en sus departamentos de 2x2, que Wall Street trabaje remoto y que el head quarters de la ONU se cierre?

Sigo las noticias de EEUU y de Argentina en paralelo. Leo las instrucciones de Alberto Fernández  y lloro con las declaraciones de Trump. Vivo gobernada por un circo que no elegí y no puedo volver al sur. “No hay más vuelos”, me dijeron del consulado. “No sabemos hasta cuando”. Qué ganas de estar en esos hoteles de aislamiento, comiendo la vianda hecha por los voluntarios, pero que las consecuencias para mi vida las decide otro.

Hace 10 días no piso las calles de Williamsburg. Hasta nuevo aviso sigo acá, trabajando para el Alcalde de la Ciudad de Nueva York. Soy asesora de la Oficina del Alcalde para Empresas de Minorías y Mujeres. La única extranjera en una oficina de new yorkers y obviamente la única Argentina. Creo que no sabían donde queda Argentina antes de que yo empiece a trabajar ahí. Mi trabajo estratégico de asesora política se convirtió en llamadas a PyMEs de minorías (latinxs o afro-americanxs) y/o mujeres. Llamo para preguntarles si cuentan con bienes y servicios tan variados como: desinfectantes, barbijos n95, respiradores, guantes, servicio de limpieza 24/7 para hospitales, servicio para hoteles de aislamiento etc.  Esta argentina de 27 años, que poco sabe de insumos medicos, y tengo a mi cargo conseguir esos materiales vitales para la Ciudad de Nueva York. Esta piba que vino a aprender de las políticas innovadoras de “La Ciudad” hoy les cuenta con orgullo las medidas que se toman en ese país lejano, del que ya mis compañeros de oficina no solo reconocen a Maradona, ahora también lo reconocen por sus reacciones de contención del virus.

Y hoy, la Ciudad de Nueva York, es el nuevo Wuhan.

Es domingo 29 de Marzo y no fue domingo de ñoquis. Pero sí de mate, porque la yerba y la bombilla son lo único constante en mi vida de expatriada. Son las 20.30hrs y estoy esperando que aparezca Alberto Fernández, que me de un poco de claridad en este lío. Acá, General Motors se enteró que tenía que cambiar su linea de producción para hacer respiradores por un tweet. Después de que muches se lo demanden por semanas, recién hace unos días, el presidente descabellado que me gobierna en este país del individualismo y la competencia, anunció en su twitter: “General Motors tiene que abrir su planta en Ohio estúpidamente abandonada y empezar a fabricar respiradores AHORA MISMO! @GeneralMotors”. 

Vivo en un circo de payasos de esos que dan miedo. Más allá de las medidas de contención del virus, sean más a favor de salvar vidas o salvar la economía, hay una realidad que nos atraviesa y nos explota en la cara. La pobreza, tanto en el Norte como en el Sur, no reconoce virus ni cuarentenas. Alma, empleada doméstica, es inmigrante, sin papeles y jornalera. Hoy no tiene de qué vivir en la Ciudad de Nueva York. Jorge, trabajador de la construcción y otras changas, es jornalero y hoy no tiene de qué vivir en la Ciudad de Buenos Aires. Ninguno de los dos tiene seguridad social y no están registrados como trabajadores por el gobierno. Ojalá no nos enfermemos, pero de suceder a Alma y a mi no nos entenderían y si lo hacen y salimos con vida, quedamos con una deuda impagable; Jorge, quizás que tiene alguna chance más.

La Ciudad hoy es una película de terror y desde mi cajita de zapatos en Brooklyn escucho a Fito que dice: “Dios santo, que bello Abril”. Me pregunto: será bello?. No sé. No creo que este Abril sea tan bello como el anterior, pero de algo estoy segura, al próximo no puedo ni imaginarlo. Ojalá sea en el Sur. El presidente de Argentina empezó a hablar por cadena nacional. Te escucho Alberto, seguiré tus instrucciones, aunque hoy me toque untar las tostadas con peanut butter en vez de dulce de leche. Ya llegarán los tiempos de chocotorta.

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