16 de marzo. Pandemia por Coronavirus. Él tiene 32. Ella, otros tantos. Dos argentinos que emprenden un viaje de placer a Europa.

Disfrutan de España y llegan a salir antes del cierre de la frontera. La belleza de Francia entran por sus ojos, al igual que las imágenes que le avisan que su viaje tendrá un itinerario diferente.

Esta pareja oriunda de Neuquén debería estar hoy frente al coliseo romano, lugar bello y oscuro a la vez, donde poderosos y vulnerables se encontraban.

Los viajeros llegan al aeropuerto de Ezeiza. Todo es diferente. La adrenalina que se siente cuando pasás el detector de metales o cuando no querés que algo que trajiste se quede en la aduana, ellos la sienten cuando les pasan unos sensores de temperatura. Teléfonos que suenan, sanidad de frontera que decide un destino no previsto para estos dos pasajeros. La salud pública espera. El nuevo destino: La Matanza. Dista de los techos dorados del Vaticano que esperaban ver estos días.

Dos personas que caminaban alrededor de Puerta de Hierro, en España, hoy están cerca de Puerta de Hierro, el barrio humilde La Matanza.

Llegan con una sonrisa al hospital. Se aíslan. Saben que están contenidos por un hospital que da respuesta, alborotada, pero apasionada al mismo tiempo.

Los ojos de los pacientes y de nosotros los médicos no están tapados. Si las bocas y las narices. Pero esos ojos, los de ellos un poco cansados y sorprendidos, y los nuestros muy cansados y alertas, dicen de alguna manera que estamos juntos atravesando esto en La Matanza, lejos de Neuquén.

Los vuelos que nos preocupaban hace unos días era los del mosquito del dengue, no los del aeropuerto de Ezeiza. La mayoría de la gente de este municipio nunca estuvo en uno de esos vuelos.

Ellos están en estudio. A la espera de un resultado. Positivo o negativo será atendidos. Y serán una historia más de este hospital. Una historia más detrás de los barbijos.