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El horror en primera persona: a 3 años del atentado en Barcelona

Pablo Abecasis habló con Filo News sobre aquel episodio que le cambió a vida y se refirió a las heridas emocionales que le dejó el atentado. "No soy el mismo hombre", aseguró.

El horror en primera persona: a 3 años del atentado en Barcelona
El horror en primera persona: a 3 años del atentado en Barcelona (Foto: Reuters)

El 17 de agosto de 2017 Pablo Abecasis, nacido y criado en Ramos Mejía, atendía uno los kioscos de revistas de La Rambla de Cataluña cuando escuchó ruidos y se asomó a ver qué era lo que pasaba. Enseguida descubrió a la camioneta que minutos antes había entrado a la senda peatonal y apuntaba hacia el negocio. Muchos peatones no habían tomado nota de la sospechosa presencia. Pablo miró hacia dentro del local y vio que unos niños jugaban ajenos a la situación. No tuvo tiempo de avisarles. La camioneta aceleró y Pablo empezó a correr. 
"En cualquier momento iba a pasar algo. Lo sabíamos. Quise entrar al negocio pero un hombre me empujó hacia afuera. No tuve más tiempo", le cuenta Pablo a Filo.News, a tres años del día que cambió su vida para siempre.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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La camioneta encaró directo al puesto. Arrolló las estanterías de libros y revistas. Pablo se preparó para el impacto con las dos manos y una pierna en el aire. La camioneta lo revoleó por el aire. Pablo cayó de espalda al suelo. Sus amigos corrieron a ver si estaba vivo. Lo creyeron muerto y empezaron a gritar. Pablo se sentó pero no podía hablar porque tenía la mandíbula trabada.

Mientras tanto, la camioneta estaba atorada con lo que había destruido. Vidas, de todas las edades y sexos. Sin distinción de razas. El conductor, el joven marroquí Younes Abouyaaquob, aceleró y aceleró hasta que se destrabaron las ruedas y siguió la faena. Una mujer escapaba con su niño en el carrito. Los dos volaron por el aire. "El niño -recuerda Pablo- cayó muerto en brazos de mi amigo".

Mientras Abouyaaquob desparramaba cuerpos y odio, Pablo se arrastraba dentro del hotel donde sus amigos lo habían trasladado por los golpes. Un policía lo encontró en el piso y le dijo que se cubriera, porque había posibilidad de que hubiese una bomba.

"Pensé que si explotaba la bomba, los cristales me iban a destruir. Me arrastré hasta el ascensor y toqué el botón del primer piso. Subí y cuando se abrió la puerta en el primer piso, me ayudaron los empleados que me conocían porque llevaba revistas a los clientes del hotel", detalla.

Pablo estaba conmocionado. Ninguna ambulancia lo llevaba al hospital porque había muchos muertos y heridos graves. Ningún doctor lo revisaba. Sirenas, alarmas, paramédicos, gritos. La ciudad entera estaba en alarma. Entonces sus amigos lo cargaron a un taxi y lo llevaron a la guardia. Los médicos lo evaluaron y le dijeron que hiciera reposo. Que no había heridas de importancia a la vista. Pero el terror ya estaba clavado en los huesos.

"En mi casa -confiesa- empecé a caer de lo que había pasado. Pero lo que vino después, fue peor".

NUNCA MÁS. Pablo pasó 10 meses sin trabajar. Nunca más volvió a ser la misma persona. Antes era amable, simpático, sociable. Ahora sufre pánico y ataques de ansiedad. No se puede acercar a la zona del atentado. A veces intenta volver a la rutina. A los lugares que solía recorrer. Se viste, se prepara mentalmente y sale del departamento. Respeta el mapa mental que traza para sentirse seguro en la ciudad que lo recibió en 2013, cuando llegó de Italia. Lo intenta. Se esfuerza. Pero no puede. Entonces busca un bar, elije una silla. Se sienta a respirar como le recomienda la psicóloga. Pero nunca lo logra.

"Algo mejoré pero me echaron del trabajo y ahora espero el juicio con dos hernias discales y las vertebrales cervicales lesionadas. No soy -reconoce con la voz quebrada- el mismo hombre".

Conocer la muerte de primera mano, sin intermediarios. Caer en las garras del terrorismo deja huella que van más allá de lo físico. Es un estado mental que atrapa a las víctimas y las deja indefensas con sus recuerdos. Nunca más volver a ser el mismo. Nunca más. La maldición de los sobrevivientes, que sienten culpa y frustración.

Lourdes Fernández es psicóloga experta en víctimas de atentados terroristas. En diálogo con Filo, la especialista catalana explica que "las personas que pasan por atentados lo primero que pierden es la seguridad en el entorno y en sí mismos. El miedo es atroz. Una furgoneta blanca, que aquí en España son comunes, se convierte en un león, en un objeto de peligro. Como si fuera una pistola en tu vida cotidiana".

El objetivo terrorista no fue sólo el impacto físico sino dejar huella en la memoria emocional de la ciudad. Tallar con terror, el antes y después de uno de los destinos turísticos más visitados en el mundo.

Para Fernández, los terroristas "marcaron un hito en la ciudad. Ahora todos recordamos qué estábamos haciendo el 17 A".

¿Qué busca un terrorista?

La intencionalidad de provocar miedo. Un accidente es casual, un atentado es causal. A Pablo le produce más miedo una furgoneta que un animal peligroso. Tiene la huella emocional de los terroristas en su mente para siempre. Buscan que nunca más te sientas seguro. Que vivas en la incertidumbre de no saber cuándo puede pasarte algo malo.

Muchas víctimas señalan que el Estado español no los acompañó como esperaban. ¿En terapia surge esa demanda de protección?

Las víctimas tienen una doble victimización. Por un lado, son victimas físicas y emocionales del atentado. Luego hay una revictimización porque el sistema no entiende bien como tratarlas. El sistema intenta solucionarlo de una forma rápida, dar apoyo parcial. El malestar a la víctima le dura muchísimo tiempo.

¿Cómo seguir después de semejante shock?

Cuando terminan las heridas incompatibles con la vida, quedan las heridas incompatibles con vivir. Se recuperan de las heridas físicas pero no de las emocionales. Se preguntan por qué sobrevivieron y sienten culpa.

¿Aparece el síndrome del superviviente?

Se sienten culpables porque sobrevivieron. El peor juez que tenemos somos nosotros mismos.

Pablo recibe ayuda de asociaciones de víctimas de atentados. Allí encuentra testimonios de distintas épocas de un país atravesado por la violencia. Como explicó Fernández, el proceso judicial y el tratamiento de la sociedad hacia las víctimas genera enfado e ira hacia la vida. Y abre la ventana a la paradoja de sentir más resentimiento hacia quienes deberían ayudar y no hacia quienes provocaron el daño.

"Ese sentimiento -detalla Fernández- se encausa hacia el Estado, más que hacia los terroristas. Sienten rencor por no recibir el apoyo esperado".

FUTURO. La investigación del caso arrojó certezas sobre la célula marroquí que desparramó terror el 17 A.

El grupo tenía pensado atacar el Camp Nou, además de la Sagrada Família, también en Barcelona, y la Torre Eiffel, en París. Pero la noche del 16 de agosto, tres de los terroristas sufrieron un accidente mortal en el chalet del municipio catalán de Alcanar donde preparaban los explosivos y los planes se alteraron.

Entre ellos se encontraba Abdelbaki Es Satty, Imán de Ripoll y líder de la célula. Este hombre ya había sido detectado por los servicios de inteligencia españoles pero no lo percibieron como la amenaza que finalmente se terminó transformado en el cerebro del león que mordió Barcelona un día más tarde.

Por esta explosión, el resto de la célula decidió que el joven Younes Abouyaaqoub atacase La Rambla con una furgoneta mientras que otros cinco viajasen a Cambrils, otro municipio catalán, donde arrollaron a varias personas, antes de caer bajo las balas de los Mossos d'Esquadra. Ese día en Barcelona murieron 16 personas y cerca de 140 resultaron heridas en total. Otras, como Pablo quedaron heridas de vida. A la espera de la justicia que tal vez nunca llegue.

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