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Qué fue lo que motivó a Raúl Ruggiero, científico e investigador del Conicet, a escribir un libro de poemas

El Doctor Raúl Ruggiero se desataca con su libro de poemas en el plano literario. Con el mismo que obtuvo el tercer puesto en un concurso internacional de poesía organizado por la Embajada de las Letras y participó en un anuario Poemas Contemporáneos publicado por la misma entidad.

Qué fue lo que motivó a Raúl Ruggiero, científico e investigador del Conicet, a escribir un libro de poemas

"Borges decía que uno publica para no pasarse la vida entera corrigiendo. Creo, además, que uno escribe y después publica para expresar y trasmitir sentimientos, valores, percepciones y cosas que uno imagina verdaderas y valiosas, todo lo cual constituye una especie de herencia espiritual que es tanto o más importante que la herencia biológica", asegura Raúl Ruggiero, investigador del Conicet y doctor en Ciencias Biológicas por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, quien decidió publicar “Poemas Compartidos”, un libro que contiene 24 poemas.

La idea de publicar un libro de poemas "fue surgiendo poco a poco a medida que los iba escribiendo a lo largo de los años". Pero, Ruggiero reconoce que el hecho que lo llevó a querer publicarlo fue el saber que uno de sus amigos más queridos estaba cursando una enfermedad. El mismo amigo que siempre le preguntaba cuándo iba a publicarlos; ahí fue cuando tomó la iniciativa.

Finalmente, se convirtió en el autor de “Poemas Compartidos”, aunque al hablar de su autoría, el actual jefe del Laboratorio de Oncología Experimental de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, dice que no hubiera escrito prácticamente ninguno de los 24 poemas sin el recuerdo luminoso de sus mayores, sin el afecto de familiares y amigos y, muy especialmente, sin la compañía y el cariño de sus hijos y de su esposa, a quien le debe también "muchas e inteligentes sugerencias".

Los temas que tratan estos escritos, según él, "son los de siempre": "el amor, la belleza, la soledad, la injusticia, la esperanza, la vida, la muerte, y, sobrevolando todo, el tiempo, y también la eternidad, esa aspiración que yace, según creo, en el fondo de todos los hombres".

Y no puede elegir uno en particular porque en todos ha puesto "tiempo, esfuerzo y cariño", aunque si se trata de optar por alguno elige a los dos primeros que escribió o empezó a escribir hace muchos años: “El último día de Antares” y “Éramos niños”.

Por último, admite que no sabe si realmente puede llegar a ser una grata compañía para los tiempos que corren, pero que le resulta emocionante imaginar que, "en estos tiempos de preocupación, de incertidumbre y, en muchos casos, de soledad, este libro pueda ayudar a alguien a sentirse acompañado o acompañada".

EL ÚLTIMO DÍA DE ANTARES

Quién rezará una plegaria sobre las tumbas sin dueño,
Quién vigilará la noche en los torreones del fuerte,
Mañana, cuando el ocaso ponga fin a nuestro sueño
Y las obras de ese sueño se resignen a la muerte.

Olvidados quedarán los jardines y la Plaza
Bajo el canto de los pájaros y el perfume de los pinos.
El crudo invierno y los valles dispersarán nuestra raza,
Y el viento irá, poco a poco, borrando nuestros caminos.

Libre al fin, la jungla anónima trepará por las cornisas;
Ciegos, roerán los insectos las inútiles aceras;
Sólo murmullos de cardos bajo un despojo de brisas
Rodarán las calles muertas en las verdes primaveras.

La gloria de ayer, las cosas, que hoy parecen importantes,
Pronto serán signos huecos sobre anaqueles oscuros;
Nuestra historia, nuestra ciencia, nuestro destino de errantes;
Nadie podrá redimirlos del sueño gris de los muros.

Triste es ver que nuestro mundo se va hundiendo en el pasado.
Arduo es comprender que todo se agota a nuestras espaldas.
No veremos ya el crepúsculo detrás del cerro nevado,
Ni jugarán nuestros niños a la sombra de sus faldas.

Fuimos los dueños un día de la espesura sin huellas,
Fue nuestro el bosque encantado y la llanura dormida:
Bajo otros cielos, ahora, nombraremos las estrellas
Y en tierras que nos ignoran se apagará nuestra vida.

Y mañana llegarán, vencedores, otros hombres
A recorrer los lugares que una vez quisimos tanto;
A las cosas que eran nuestras llamarán por otros nombres,
Y ante los mismos pesares, llorarán con otro llanto.

ÉRAMOS NIÑOS

A la memoria del joven Ray Bradbury, autor del bellísimo cuento-poema
‘El Lago’ y de Edgar Allan Poe que, poco antes de morir, escribió su
tristeza enamorada en los versos de ‘Annabel Lee’. ‘Éramos Niños’
debe mucho a ambos.

Éramos niños de un mundo sin miedo y sin ironía.
Éramos niños entonces, al regresar de la escuela.
Y en la tarde, nuestra risa, como una alondra que vuela,
Rodaba libre y sin culpas bajo el cielo de la ría.

Ser feliz era muy simple, como la humilde alegría
De la lluvia que despierta los silenciosos jardines.
Nacía octubre y el aire, azorado de jazmines,
Suspirando en las acacias, nuestros nombres aprendía.

Todo ese largo verano, el último de mi infancia,
El tímido amor creció, como la hierba del valle;
Como la gracia del viento jugando en tu fino talle,
O igual que la luz del alba, que florece en la distancia.

De ese verano aún me asombran tus ojos bajo los pinos,
En la plaza solitaria de pájaros y leyenda;
Cuando íbamos de la mano los dos por la misma senda
Y el tiempo era un río abierto de reflejos cristalinos.

Sin embargo había indicios en el canto de los mirlos,
Signos en el eco grave del viento entre los castaños,
Que preanunciaban la muerte. Pero qué son doce años,
Desbordándose a la vida, para poder advertirlos.

Hasta que un día, un día, oí que te habías ido,
Y que ya no volverías, que algo te había llamado
Hacia el fondo de un barranco, que nadie había escuchado
Tu voz reclamando ayuda, que te habíamos perdido.

Yo creí que me mentían, pero en las playas desiertas
La marea fue borrando la memoria de tu paso.
Me quedé solo, buscando, a la sombra del ocaso,
Nuestros sueños que volaban sin rumbo como hojas muertas.

Pasó el tiempo, resistirse, contra él no sirve de nada.
Nuevos sueños relegaron tu dulce amor, ya lejano;
Pero nunca en otros cielos, vi el azul de aquel verano,
Ni supe hallar en la ciencia ni en las artes, tu mirada.

Años después, por la ruta, bordeada ahora de setos,
Volví al lugar donde un día transcurriera nuestra infancia;
Como se acude a un jardín, cuya marchita fragancia,
De su temprana belleza conserva aún los secretos.

En los amables paseos, que dominan la ribera
Presentí que los milagros todavía eran posibles;
Que la vida renovada por designios invisibles
Acaso te regresara de la última frontera.

Guiado por la promesa de esa ilusión fui a buscarte
En los bosques y en el valle que nos habían cantado
Y en el agua de la ría que nos había besado.
Pero sólo hallé fantasmas donde solía encontrarte.

Jugando con sueños rotos, bajo la tarde serena,
Sin querer había vuelto a ser aquel niño de antes;
El niño que no sabía que los terribles instantes
Son dioses ciegos que ignoran nuestros castillos de arena.

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