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Dólar: ¿A quién favorece y a quién perjudica una devaluación?

Con dos semanas de tregua sobre la brecha cambiaria, la amenaza de un salto en el tipo de cambio persiste. Mientras el Gobierno lo niega, diversos sectores presionan por una depreciación del peso. ¿Cuál es el rol de la inflación?

Dólar: ¿A quién favorece y a quién perjudica una devaluación?

Otra vez, la actualidad gira alrededor del dólar. Múltiples factores vienen impulsando hacia arriba las cotizaciones alternativas del billete verde, mientras el Gobierno intenta evitar una devaluación brusca del oficial. Pese a que llevamos dos semanas de relativa paz, la amenaza de un descontrol cambiario no despeja.

Los grandes desequilibrios de la economía argentina, que arrastra una crisis agravada por la pandemia, presionan sobre el tipo de cambio. Sin embargo, para resolver el problema no hace falta únicamente hacer que los números cierren. Detrás del presente y el futuro del valor del dólar hay una puja de intereses económicos.  

La semana pasada, Alberto Fernández dijo que “devaluar es una máquina de generar pobreza”. Mientras tanto, algunos sectores repiten que una devaluación es inevitable. Un salto en el valor del dólar deja como resultado sectores ganadores y perdedores.

¿Quién gana con una devaluación?

Que el dólar aumente su valor con respecto al peso argentino es equivalente a que el peso pierde valor respecto al dólar. Si la divisa aumenta, quienes tengan ingresos o grandes patrimonios en dólares podrán comprar más cosas en pesos. En determinados momentos, escuchamos decir que “Argentina está muy barata” para los extranjeros. Cuando el peso vale poco en relación a las divisas fuertes como el dólar o el euro, los turistas vienen a nuestro país a comprar todo lo que encuentran. 

Dentro de nuestra población hay sectores que actúan de forma muy similar a los extranjeros mencionados. En primer lugar, quienes poseen grandes fortunas dolarizadas (y en el exterior). Pero también las personas cuyos ingresos dependen de las ventas de sus productos al extranjero. Dado que el comercio internacional suele regirse en dólares, la exportación se encuentra atada al valor de la divisa. En nuestro país, cuando un empresario vende sus productos al exterior lo hace valuado al dólar mayorista. Lo mismo vale para las importaciones, o compra de productos del exterior.

Como vemos, cuanto mayor sea el valor del dólar mayorista, más pesos tendrá a cambio el empresario por sus ventas al exterior. Argentina es un exportador de soja, trigo, maíz, entre otros productos agropecuarios. De esto se desprende que los productores agrícolas, las empresas aceiteras o los dueños de los campos sean las voces que más resuenan a la hora de pedir por un dólar más elevado. Actualmente, sus expectativas apuntan en este sentido: según un sondeo realizado por Amplificagro, más del 90% de los productores agropecuarios encuestados consideró algo o muy probable que se produzca una devaluación “brusca”.

Sin embargo, la agricultura tiene una particularidad: una devaluación afecta positivamente los precios de venta en pesos pero al mismo tiempo perjudica, en parte, a su producción. Este efecto se da por el lado de los costos, muchas veces atados al dólar. Dependiendo del cultivo, los costos de los insumos se encuentran dolarizados en hasta un 70%.

Al exportar la producción e importar (en myor o menor medida) los insumos necesarios para ella, se abre la puerta a una práctica muy frecuente: adelantar o sobrefacturar importaciones y subfacturar o atrasar las exportaciones. Esto viene sucediendo desde marzo hasta la actualidad. El fundamento de la operación es que estos sectores esperan que el valor del dólar suba en el futuro cercano. De esta forma, se apuran en comprar las cosas necesarias (y más) para su producción, provenientes del exterior. Así, la compra resulta más barata medida en pesos, con respecto al momento donde se produce la devaluación. Lo mismo, pero a la inversa, ocurre con las exportaciones. Los empresarios deciden no vender su producción, esperando a que el valor del dólar salte para obtener un mayor precio, y mayores ganancias, medidas en pesos. 

La agricultura es el sector exportador por excelencia de nuestro país. Pero existen otras industrias que también son beneficiarias directas, aunque en menor medida, de un dólar más caro: la ganadería, las denominadas “economías regionales” (vino, té, lana, frutas…), automotores y autopartes, aluminio, oro, entre otros. 

¿Quién pierde?

 

Por el contrario, una devaluación de la moneda nacional impacta negativamente en quienes poseen sus ingresos en pesos. Trabajadores asalariados, informales, monotributistas, particulares; empresarios y comerciantes que intercambian sus productos en el mercado interno; en general, la gran mayoría de la población posee ingresos en pesos, por ser la moneda de curso legal. Así, al medir el valor de los salarios en dólares, un aumento en la cotización de la divisa llevará a que los ingresos pesificados valgan menos. 

Pero, como nuestros ingresos y las compras que hacemos están valuadas en pesos, no tiene mucho sentido medir el valor salarial en dólares, más que para hacer comparaciones entre países. Lo realmente importante es el poder adquisitivo de nuestros ingresos. Acá es donde aparece la inflación.

Como es de conocimiento popular, una devaluación suele repercutir en una aceleración de la inflación. Este traslado del dólar hacia los precios se desarrolla bajo dos aspectos. Como vimos anteriormente, Argentina es exportadora de productos agropecuarios. Pese a que los argentinos no somos grandes consumidores de soja, su producción en masa genera desplazamientos entre las tierras disponibles para el cultivo. A medida que se extienden los cultivos de soja, retroceden las áreas destinadas a distintos alimentos vinculados a la canasta básica alimentaria. Si aumenta el dólar, es más rentable producir soja, lo cual aumenta los costos de sembrar alimentos no exportables. De esta forma, cada salto devaluatorio encarece la comida.

Esta primera explicación del traslado a precios de una devaluación corresponde a los bienes básicos, de subsistencia. El segundo aspecto responde a los productos elaborados o manufacturados. Para su funcionamiento, la industria argentina depende en alrededor de un 30% de partes e insumos importados. Esto implica que el precio de los productos manufacturados en Argentina poseen un componente importante en dólares. Finalmente, los productos finales importados aumentan inmediatamente su precio con cada movimiento del tipo de cambio.

Por estos dos motivos, cada devaluación de nuestro peso argentino tiene efectos destructivos en el salario y el consumo. Una publicación reciente elaborada por el Banco Central (BCRA), indica que el pass-through (traslado a precios de una devaluación) es de alrededor del 30% durante los primeros 12 meses. Al considerar sus efectos indirectos, este porcentaje puede crecer hasta el 50%.

La magnitud del problema puede variar con el tiempo. Por caso, la crisis cambiaria de 2018 llevó a un traslado a precios mayor a los porcentajes mencionados anteriormente. La explicación de este fenómeno, tan cotidiano en nuestro país, tiene varios puntos. Hay grandes firmas que poseen poder de mercado: tienen la capacidad de aumentar sus precios sin grandes cambios en las cantidades vendidas, debido al tamaño y la extensión de sus sucursales. Un claro ejemplo son las grandes cadenas de supermercados. Dado que tienen la capacidad de poder fijar precios, transfieren inmediatamente los saltos devaluatorios a los precios de venta. 

De esta forma operan distintas firmas como las grandes productoras de insumos básicos, cadenas comerciales y empresas de servicios públicos. Un escalón por debajo se ubican los comerciantes y empresarios pequeños y medianos. Ellos trasladan los aumentos de costos a sus precios con relativa rapidez. Sin embargo esta cadena no es completa, ya que un traslado total del shock hacia los precios generaría pérdida de ventas frente a competidores que aumenten los precios en menor cuantía. Así, frente a devaluaciones bruscas, primero observamos una aceleración de los precios mayoristas y luego un traslado hacia la inflación minorista. 

El ciclo de la pérdida del poder adquisitivo producto de un salto en el tipo de cambio se completa con los trabajadores asalariados, informales, cuentapropistas, jubilados, beneficiarios de planes sociales, etc. Son el último eslabón en la cadena y los principales perjudicados. Por ejemplo: si vemos una devaluación sorpresiva en septiembre que genera un consiguiente incremento generalizado en los precios, los trabajadores formales recién podrán trasladarlo a sus salarios en las paritarias. Estas generalmente se realizan en marzo o abril del año siguiente, cuando la caída en sus ingresos reales (salarios descontados por la inflación) ya está consumada. 

La pérdida es aún mayor para los trabajadores informales, que no cuentan con paritarias para recomponer sus ingresos. Situación similar a la de los cuentapropistas o monotributistas. Jubilados y beneficiarios de planes sociales dependen de la fórmula de actualización de sus haberes, que además suele también estar rezagada. Como vemos, la inflación generada por un salto devaluatorio tiene como principales perjudicados a trabajadores y desocupados. En concreto: durante la crisis cambiaria de 2018 el poder adquisitivo del salario perdió un 17,9%, según el Indec.

¿El equilibrio?

Una modificación sensible en el tipo de cambio tiene repercusiones en toda la economía. Por este motivo, la cuestión del valor del dólar es central en nuestro país. Así se explica el fino equilibrio que persigue el Gobierno: devaluar la moneda para favorecer a los sectores exportadores (por la necesidad de ingreso de dólares), pero a un ritmo lento, ya que un salto devaluatorio sería un golpe importante para la mayoría de la población. En palabras del ministro Guzmán: “No vamos a devaluar, pero continuará la depreciación del peso”.

Finalmente, una depreciación del peso agravaría las condiciones sociales en un país donde el 40,9% de su población es pobre (Indec). Con lo desarrollado anteriormente, podemos concluir que una devaluación es una forma de transferencia de ingresos, desde sectores pesificados (salario) hacia sectores dolarizados (exportadores). El Gobierno transita esta búsqueda de equilibrio en medio de tensiones entre distintos actores de nuestra sociedad, tanto dentro como fuera de su administración.

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