Tres días, tres momentos. Viernes 27 de diciembre, domingo 29 y martes 31. En ese espacio es que las tensiones entre Estados Unidos, la República de Irak y su homóloga islámica de Irán han crecido a un ritmo vertiginoso, incluso para estos tres países y su historia. 

El pasado viernes 27 de diciembre Estados Unidos denunció ante la comunidad internacional que Kataib Hezbollah, una milicia iraquí pro iraní lanzó más de treinta cohetes contra una base militar cerca de la ciudad de Kirkuk, provocando la muerte de un contratista norteamericano e hiriendo a otros cuatro militares. 

Como respuesta, dos días después los ataques aéreos estadounidenses del domingo golpearon cerca de una ciudad en la frontera siria. El saldo, 24 muertos y más de 50 personas heridas. 

Pero además de los fallecidos, el hecho generó una sensación generalizada de rechazo y hartazgo en suelo iraquí dejando en segundo plano las movilizaciones espontáneas contra la clase política local, así como con el aliado de turno (Irán) reavivando el sentimiento contra la presencia estadounidense.

Eso nos lleva a hoy martes, donde con la pronta evacuación del embajador y personal diplomático, miles de manifestantes y uniformados exigen la retirada de los cerca de 5.000 soldados norteamericanos de territorio iraquí. 

Previo al estallido de los eventos en cuestión y a partir de protestas sociales que vienen transcurriendo desde el mes de octubre, el Gobierno iraquí se encuentra reunido desde su Consejo de seguridad de urgencia, a partir de donde ahora analiza revisar sus relaciones con los Estados Unidos. 

El primer ministro iraquí, Adel Abdul Mahdi, entiende los ataques aéreos como una violación a su soberanía nacional al tiempo que el Ayatolá Ali al-Sistani ve con preocupación que las tensiones entre iraníes y norteamericanos encuentren en su territorio la expresión de algún tipo de enfrentamiento. 

 

En esta línea se pronunció hace instantes el canciller iraní, Mohammad Yavad Zarif, quien desde sus redes sociales marcó que “el multilateralismo está en grave peligro debido a las acciones de Estados Unidos”, al tiempo que las “violaciones norteamericanas han puesto en peligro el Acuerdo Nuclear y a la Seguridad Internacional”. 

A tono con su participación en la vida política local e internacional, el Presidente de los Estados Unidos sigue los eventos desde su cuenta de Twitter, donde tras conocerse los eventos de hoy por la mañana escribió:

“Irán mató a un contratista estadounidense e hirió a muchos. Respondimos fuertemente, y siempre lo haremos. Ahora Irán está orquestando un ataque contra la embajada de los Estados Unidos en Irak. Serán completamente responsables. Además, esperamos que Iraq use sus fuerzas para proteger la Embajada, ¡y así lo notificamos!”. 

En sintonía con el Secretario de Estado (el encargado de la política exterior) Mike Pompeo, el mandatario continúa dirigiendo su condena específicamente a la República Islámica de Irán. 

En esto queda evidenciado que desde la llegada de Trump a la Casa Blanca y tras la retirada del Acuerdo nuclear con Irán, la política exterior norteamericana parece querer reorientar sus compromisos estratégicos en Medio Oriente. 

Tras más de una década de presencias desmesuradas y costos semejantes, el retroceso de los Estados Unidos expone abiertamente a una región donde la ausencia de un sheriff, profundizará la carrera de los actores del área por ocupar ese asiento.

Este redireccionamiento presenta en Irán un peligroso punto de intermitencia.

El retiro del Acuerdo no sólo interrumpe el alto producido sobre décadas de enfrentamiento entre ambas partes, sino que la contraposición entre Estados Unidos y sus aliados con el “eje de la resistencia” iraní genera un espacio de tierra fértil que no sólo profundiza las crisis humanitarias existentes en Yemen o Siria, sino que además añade el potencial escenario de enfrentamiento armado entre Irán con Israel y/o Arabia Saudita.