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Actualidad #Amia: 25 años

AMIA: la injusticia de morir a los 18 años trabajando para estudiar

A 25 años del atentado de la AMIA, la historia de una de las 85 víctimas que a los 18 años murió mientras llevaba un pedido del bar en el que trabajaba y sigue sin tener justicia.

AMIA: la injusticia de morir a los 18 años trabajando para estudiar
Jorge Antúnez.

El 18 de julio de 1994 a las 9.53 de la mañana, en la calle Pasteur al 600, detonó una camioneta Renault Traffic con aproximadamente 400 kilos de explosivos en la puerta de la Asociación Mutual Israelita Argentina.

El resultado: 85 víctimas mortales, centenares de heridos y una justicia que hasta el día de hoy no determinó un sólo responsable de la autoría material o intelectual del hecho.

A 25 años del atentado de la AMIA, recordamos a Jorge Antúnez, un chico de 18 años que viajó desde San Juan a Buenos Aires con el objetivo de estudiar y se convirtió en una de las 85 víctimas del ataque.

Jorge nació en la provincia de San Juan, hijo de madre soltera, fue criado por sus abuelos. A los 17 años decidió partir a Buenos Aires para vivir junto a su tío con la idea de terminar el secundario que nunca había podido comenzar.

Antes de dejar su ciudad natal, le promete a su abuela que también va a trabajar y con su primer sueldo le compraría el lavarropas que nunca habían podido tener.

El primer trabajo estable que consigue en Buenos Aires, después de pasar por distintas changas, es en un bar ubicado en la esquina de la AMIA.

La mayor parte de los pedidos que recibían eran de la Asociación, por lo que en su rol de mozo era una rutina entrar al edificio de Pasteur 633 a hacer las entregas.

El 16 de julio de 1994, dos días antes del día del atentado, su tío, Gustavo Antúnez, cuenta que en en la reunión familiar en la que estaban celebrando un cumpleaños, Jorge habló sobre el estreno que había ido a ver el cine en esos días: Máxima Velocidad.

Su tío cuenta que recuerda con mucha precisión que lo que más destacó Jorge en su relato sobre la película había sido el miedo y la tensión que sintió por la explosión de la bomba ya que "tenía mucho miedo a los grandes estruendos".

Gustavo cuenta lo que vivió dos días después a las 9.53 de la mañana: 

“Yo escuché la explosión. Yo vivía en Julián Álvarez y Juncal. A 25 cuadras de la AMIA. Cuando me enteré, salí y llegué inmediatamente.

Me encontré con una desolación difícil de describir. Escombros, cuerpos mutilados, gritos, sirenas, llantos. Era un cuadro que parecía una pesadilla. Y uno en estas cuestiones catastróficas no piensa en el otro y va buscando a tu ser querido pisando escombros o alguien que necesitara una ayuda. Fue muy difícil. Se demoraron en vallar la zona, por eso había muchísima gente. Era una locura.

Lo primero que hice fue llegar al bar. No existía. Habían estallado los vidrios, estaba todo destruido. Nunca más pasé por esa esquina. Lo encontré al dueño y cuando le pregunté por Jorge me dijo que se había ido a llevar un pedido. Estaba sin la chaqueta del café porque había llegado tarde. 

Cuando me lo dijeron yo sentí que algo me decía que no lo iba a encontrar vivo. Me entró mucha angustia. No obstante, lo busqué una semana por todos lados.”

La familia vivió siete días de desesperación esperando algún llamado que diera con el paradero de Jorge Antúnez.

Entre las llamadas que tuvieron que atender, hubo quienes aportaban pistas falsas a modo de burla de las víctimas del atentado y que tiempo después fueron identificados como parte de grupos neonazis.

Finalmente, tras una semana de búsqueda, dos agentes de la SIDE se aproximan en la calle a la familia de Jorge y le piden acompañarlos. En ese momento, se enteran que el cuerpo de Jorge había sido encontrado entre los últimos 7 restantes tras la remoción total de los escombros.

A partir de ese momento, como la familia del resto de las 84 víctimas mortales, comienza un pedido de justicia que 25 años después sigue sin aparecer.

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