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El bar del Palacio Barolo: una maravilla sin contenido

En la cúpula de uno de los edificios icónicos de Buenos Aires inauguró Salón 1923, una barra en el piso 16 perfecta para Instagram (y para una visita de 10 minutos).

El bar del Palacio Barolo: una maravilla sin contenido

Ninguna publicidad es tan eficiente como una marea espontánea de stories en Instagram. Al menos, hasta que otra red social venga a romper con todo paradigma de marketing una vez más y tengamos que aprender a consumir contenidos -y pautas- en otro formato. Pero cuando los primeros usuarios sibaritas e influencers empezaron a mostrar esa cúpula alucinante y una de las mejores vistas posibles de Buenos Aires, Salón 1923 ya tenía todo lo que necesitaba para asegurarse una base de clientela en los albores de su existencia. 

El Palacio Barolo, en las inmediaciones del Congreso, es una locura resuelta en hormigón: cuando inauguró en 1923 (esto es como cuando en un momento del libro o de la película aparece el título, pero menos emocionante, ¿no?), se consagró como el edificio más alto de Sudamérica con sus 100 metros de imponencia, pero enseguida tuvo que competir con su hermano gemelo -el Palacio Salvo, idéntico pero uruguayo y con 5 metros más- y en 1935 perdió definitivamente contra el Kavanagh. Por suerte, las conquistas del Barolo no se agotaron en haber pegado el estirón. Su arquitectura ecléctica (entre gótica e islámica, según los que saben) conmovió a todo aquel que pusiera un pie en su galería, y hoy es un verdadero ícono de nuestra ciudad, aunque no son tantos los que se acercan a apreciarlo. Por eso, el bar en el piso 16 se propone como una oportunidad perfecta para sentirse turista por un rato: museo, barra y punto panorámico, all in one.

El trayecto hasta Salón 1923 es lo más auspicioso del planeta: hay que atravesar molduras y arcadas voluptuosas, escaleras y recibidores encantandores, hasta llegar a los ascensores número 5 y 6. De más está decir que son tan o más pintorescos que el resto de la construcción, con sus paredes bordó, sus detalles en bronce y sus rejas de antaño. Solo se puede subir hasta el piso 14. Después, hay que hacer dos pisos andando con un último tramo enruladísimo, muy próximo a la cúpula. 

Al final de la escalera, una puerta de frente y una a la izquierda. La segunda lleva a la terraza, mientras que la primera es la de ingreso al bar (spoiler: no vale la pena entrar). Si el día está ventoso y/o muy fresco, la terraza es una aventura compleja. Es un piso muy alto y el clima, inclemente. Si afuera está lindo, no se puede creer: la vista de la ciudad quita el aliento y la cúpula del Barolo, directamente, hace llorar. Aunque no hace falta, unas lucecitas colgantes acompañan un escenario difícil de olvidar. 

Por su parte, el interior del bar ofrece una experiencia diametralmente distinta. Entre las paredes blancas impolutas, el exceso de luz y los muebles que simulan ser de antaño, la sensación es la de un bar de un shopping o de un aeropuerto, donde todo es artificio y ganas de huir. Lo más rescatable son las ventanas redondas, parecidas a las de un barco, y la amabilidad de las personas que trabajan en el salón y en la barra. Lo demás solo empeora: los precios son altísimos y los productos, mediocres o neutrales. ¿Ejemplos? Una copa de tinto de la casa (etiquetado como "Palacio Barolo"): $150. Un vaso de cerveza Imperial tirada: ídem. Una copa de espumante (no se sabe cuál): $200. Los tragos son seis y todos directos (vermú con pomelo, Campari con naranja o tónica, Fernet con coca): $200 cada uno. Para comer, paninis (vegetariano, de pollo con curry, de roast beef, de Cheddar y barbacoa) a $210 y $270, pizzas individuales de cuatro variedades (Muzzarella, Provolone, Margherita y Napolitana) por entre $180 y $200 y "raciones", que se dividen entre quiches de jamón y queso, pollo y espinaca o vegetales ($220); involtini de camarón con eneldo y calabaza ($120); y empanadas de carne o de jamón y queso ($95 cada una). Eso es todo.

 ¿Entonces? La conclusión es que a Salón 1923 hay que ir por dos motivos: para recorrer el Barolo de yapa y para compartir una cerveza entre dos en uno de los mejores últimos pisos de la historia. Para lo demás -tomar algo rico, comer algo distinto, sentirse cómodo y feliz en una mesa- hay que migrar a Chan Chan, que está cruzando una calle, o a Los Galgos, después de una breve caminata por una zona emblemática de la noche porteña. Ese plan funciona seguro. 

Salón 1023 queda en Av. de Mayo 1370 / T. 5656-9859. Abre de lunes a sábado de 9 a 21 horas. 

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