Si las corridas financieras y el “pasaron cosas” fueron producto de sucesivas lecturas erradas del escenario financiero internacional, el plano político estuvo marcado por largas caminatas y algunos atardeceres auspiciados por una oposición fragmentada hasta el final.
En aquella primavera de los 100 primeros días de gestión, el modelo encabezado por Mauricio Macri dio poderosos guiños sobre sus prioridades, entendiendo más que nunca a las mismas como contrapuntos necesarios al kirchnerismo.
A 37 días de su asunción, el presidente anunció la quita de una porción sustantiva de las retenciones al campo, Alfonso Prat-Gay comunicó el fin del cepo al dólar, José Aranguren inició el largo recorrido en los aumentos tarifarios y en la provincia gobernada por Gerardo Morales, era detenida (y continúa estándolo) Milagro Sala.
En este sentido, a algunas dudas iniciales y partidas prematuras del equipo de gobierno, las elecciones del 22 de octubre confirmaron políticamente a Cambiemos como primera fuerza nacional tras obtener algo más del 40% de las voluntades.
Ese 2017 sería el único año que el pulso político estaría acompañado por algunos modestos logros en materia económica. Envalentonados con estas dos variables, el gobierno llevó al máximo los niveles de negociación y tras una feroz represión logró el 14 de diciembre aprobar la cuestionada Reforma previsional.
El equilibrio económico inestable imprimió condicionantes en la vida política para varios funcionarios de Cambiemos. Las crisis semanales han tenido en el mejor equipo de los últimos 50 años numerosas figuritas de cambio.
La crisis económica ya no era la heredada, sino la gestada. La de un modelo que se concibió basado en la inversión privada y el aperturismo pero que se intentó sostener en base al endeudamiento y la inversión pública. Y claro, pasaron cosas.
Fue a raíz de esto que en contraposición a lo que se esperaba, a lo que la ciudadanía eligió, gran parte de la administración Cambiemos ha tenido lugar bajo un contexto donde agotados los créditos económicos y sociales, la política fue el sustento.
El pulso político ha sido el combustible desde el cual el oficialismo intentó sortear una turbulencia de la que parece no poder aterrizar.
En este punto, la imposibilidad de aprovechar las bondades de la globalización ha llevado a Cambiemos a aceptar lo que prometió que no pasaría.
Los acuerdos con el FMI en plena corrida cambiaria minaron el margen de maniobra de un gobierno que desde junio a la fecha tuvo en el tutelaje del Fondo una expresión manifiesta en el crudo Presupuesto para el 2019.
Nos queda como último punto, un éxito que claro, es apreciativo. En términos organizativos no hay duda, la cumbre del G20 no tuvo falencias. Ahora bien, entendiendo que la Argentina es un país y no una organizadora de eventos, las exigencias nos llevan a evaluar el diseño de la política exterior con cierta prudencia.
Más allá de lo simbólico y la imagen proyectada, algo que en contextos de crisis no presta mayor relevancia, la política exterior no puede entenderse como el legado de Cambiemos.
Lo cierto es que, tras tres años de gobierno, si bien se observan reflejos de resistencia expresados por fuera de las representaciones tradicionales, el gobierno parece confiado en el frente político, su frente político.