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Hablemos de salud mental: qué es, cómo se transita y la importancia de pedir ayuda

Tendemos a creer que lo único aceptable es decir "Me siento mal" solo cuando nos duele alguna parte del cuerpo y no llegamos a comprender del todo que la salud mental es igual de importante que la física. Hay que hablar a tiempo, sin tener miedo al qué dirán.

Hablemos de salud mental: qué es, cómo se transita y la importancia de pedir ayuda

Erróneamente asumimos que estamos sanos simplemente por el hecho de que no hay enfermedades de carácter físico, palpables, pero no nos detenemos a pensar que si padecemos alguna enfermedad psicológica también significa que hay algún desperfecto. Para gozar de buena salud se necesita un equilibrio integral, y en definitiva, no hay salud sin salud mental.

Mi nombre es Katia, tengo 28 años y en el último tiempo transité episodios de lo que se diagnostica como ataques de pánico. Nunca supe el origen específico -o quizás sí- pero pude detectar al menos los momentos en que estos “se despertaban”. La primera vez fue hace varios años ya, y comenzaron a aparecer a raíz de una mala relación de pareja; la segunda vez estuvieron vinculados con la presión que me generaba la facultad, más específicamente rendir exámenes.

Si bien en ambas oportunidades me sentí muy acompañada por mis seres queridos, nunca faltó la frase diciendo: “Ya va a pasar”, “Eso lo generas vos sola”, “Con todo lo que tenés y todo lo que lograste no podes estar así”, “Eso está en tu cabeza”. Y esa falta de empatía -obviamente no consciente- era la que me hacía preguntarme a mí, una y otra vez, cuál era mi error o qué no estaba pudiendo ver. Al punto de sentirme culpable por lo que sentía o llegar a pensar que hasta me lo inventaba.

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Aún sigo preguntándome esas cosas, pero fui entendiendo con el tiempo que, en mi caso, esas crisis de pánico eran estados de alerta; me estaban queriendo decir algo y estaban lejos de ser un estado que yo elegía. Entendí que era mi salud la que estaba fallando, que sí, que estaba en mi cabeza, claramente, pero no era una fantasía, existían, había un desequilibrio y debía ser tratado.

La salud mental está determinada por múltiples factores, pueden ser sociales vinculados al estrés laboral, estilos de vida poco saludables, problemas de salud física, situaciones de exclusión social y/o violencia, etc.; pueden ser personales y/o biológicos, lo cuales dependen de la genética o de desequilibrios bioquímicos cerebrales o metabólicos, por ejemplo. 

Pero la pregunta frecuente suele ser: “¿Cómo me doy cuenta que mi salud mental presenta alguna falla?”. Si no nos vamos a los extremos, no hay algo determinado o específico, aunque hay pautas que van haciendo visible esa falla, por ejemplo cuando tu actividad diaria, tus relaciones, tu desempeño, se ven afectados; cuando hay cambios en el sueño, cuando dejas a un lado a tus amistades, cuando rompes con las rutinas. Todos estos estados implican alteraciones en el pensamiento, en el estado de ánimo y/o en la conducta, y por supuesto requieren intervención.

Todavía existe a nivel mundial una cuestión de ligar exclusivamente la salud a lo visible, a un dolor del cuerpo, y la salud mental queda en un plano secundario que se visibiliza recién cuando el caso a tratar es muy grave, como ser un intento de suicido, una anorexia extrema, etc.”, señala Gabriela Ithurralde, psicóloga y especialista en terapia cognitiva y en psicología sistémica, quien además agrega: “Si bien estamos mucho mejor que cuando la psiquiatría y la psicología aparecieron hace décadas, todavía falta que este campo sea considerado de igual modo que la salud física”.

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Obvio, no podemos negar que a lo largo de los años la sociedad fue evolucionando en materia de salud mental desde el aspecto médico, pero aún nos falta muchísimo por aprender para poder ser empático con el de al lado y llegar a ponernos por un instante en su lugar.

“El cuidado de la salud mental podría empezar a darse desde el jardín de infantes enseñándose desde lo positivo. Por ejemplo, si tuviéramos una materia que se llamara ‘Empatía y compasión’ a lo largo de nuestro ciclo lectivo, posiblemente estuviéramos generando otras cosas en el ser humano”, afirma Ithurralde.

Y la verdad es que, en mayor o menor medida, uno de los grandes problemas al que le tienen que hacer frente las personas que padecen enfermedades mentales es la estigmatización social (por la falta de educación o empatía), lo cual puede llegar a perjudicar emocionalmente a quien sufre algún trastorno psicológico. 

De todas formas, según Ithurralde hoy por hoy, con el movimiento y la vorágine de la vida cotidiana es muy común que se generen desajustes y que uno necesite ir a charlar con un terapeuta sobre lo que le pasa sin que necesariamente se lo considere “loco”, como sí sucedía en los 70’ u 80’ cuando aún no se lograba hacer una distinción entre psicologia y psiquiatria y “no entendían muy bien lo que era ir al psicólogo”.

Aclaremos que quien hoy se trata con un psiquiatra tampoco es que tiene una locura irremediable, simplemente la diferencia entre una y otra atención va a depender de si la persona debe acompañar su tratamiento o no con medicación.

“Debería haber más educación, ya que es un tema serio (la salud mental) y mucha gente desconoce. Se debería enseñar a cómo tratar a una persona con algún trastorno psicológico, sostiene Santiago (25), quien padece parálisis del sueño. Y así también lo considera Betina (56) que sufrió trastornos de ansiedad en el pasado a causa de un estrés muy grande al que estuvo sometida por mucho tiempo por razones laborales, de estudio, y temas familiares.

La información sobre salud mental ayuda -y ayudaría aún más si se hiciera con más énfasis- a combatir todos los estigmas y mitos. Lo mismo sucedería si se dejaran de lado los tabúes y se hablara más libremente. Siempre que las personas compartan sus historias personales, mucha más gente podrá tomar conciencia de que esto sucede a diario y hasta se sentiría más comprendida. Una sociedad mejor informada pierde los miedos y reacciona de una forma más solidaria.

De hecho, en los últimos años surgió una movida muy interesante en las redes sociales donde todo tipo de personas usan el hashtag #MeMad para hacer visibles los distintos trastornos que padecen.

Pero más allá de que nos sintamos acompañados por personas que viven lo mismo que nosotros, es el entorno el que “tendría que tratar de entender, comprender y empatizar”, remarca Ithurralde, aunque entiende que “a veces es difícil poder comprender a alguien al que no se le ve una afección física pero que aún así, se está sintiendo mal. Muchos pueden pensar: ‘Esta persona está mal porque le gusta’, ‘Elige estar mal’, ‘Quiere estar mal’, pero no es una elección, a nadie le gusta estar mal”.

Además, “el entorno tiene que estar preparado para aceptar un tratamiento que tiene costos, de tiempos, de llevar y traer, a veces de dinero, porque los tratamientos suelen no ser gratuitos salvo en los centros de salud pública, y tiene que tener paciencia. Es fundamental saber que hay que acompañar”.

En su caso particular, Santiago se siente muy acompañado por sus padres y sus hermanos, quienes están muy pendientes y tratan de ayudarlo todo el tiempo: “Ahí te das cuenta lo importante que es que tu familia te apoye en situaciones tan traumáticas”.

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Aunque reconoce que nunca habló con alguien que tenga parálisis del sueño, por eso en algún punto se siente incomprendido: “Si nunca les sucedió pienso que no entienden de qué les hablo”. “Es una situación muy estresante, rara y confusa. Nunca antes había experimentado una sensación igual. Los profesionales aún no saben descifrar si realmente estás despierto o sólo estás soñando. Es una mezcla de ambas. Cuando me pasa, yo llego a la conclusión de que estoy despierto pero no del todo, es como si estuviera sedado. Con los ojos apenas abiertos puedo ver el lugar en el cual estoy, por ejemplo mi habitación, y la veo tal cual es; también puedo oír absolutamente todo, pero no me puedo mover. Algunas veces se mezcla con alucinaciones y la presencia de personas haciendo fuerza sobre alguna parte de mi cuerpo. Es desesperante lo que me pasa, y una vez que mi cuerpo y mente vuelven a la normalidad no quiero dormir porque siento mucho miedo”, detalla.

En cambio Betina se sintió muy comprendida en todo momento, pero asume que la dificultad estuvo cuando debió decidir avanzar con un tratamiento psiquiátrico y tuvo que romper el prejuicio de pensar que ir al psiquiatra significaba tomar una medicación de por vida: “Luego entendí que hay medicaciones nuevas que no crean adicción, te hacen muy bien y eso impide no enfermarte de otras cosas”.

Sobre esta misma línea, Ithurralde resalta la importancia de la consulta a tiempo porque “el estado puede empeorar si no se realiza un tratamiento lo más rápido posible”: “No es lo mismo que me digan que están angustiados hace un mes o dos, a que me digan que consultan por primera vez por una angustia que tienen hace tres años, porque en esos tres años eso ya hizo una huella neurofisiológica en la persona y va a ser mucho más difícil avanzar y evolucionar con el tratamiento”.

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En ese sentido, por suerte, Santiago acudió rápidamente al neurólogo porque considera que “es de gran ayuda recurrir a un profesional”. “Me he sentido respaldado cada vez que hice una consulta de este tipo”, reconoce y cuenta que la primera vez que vivió un episodio de parálisis del sueño fue a los 19 años arriba de un colectivo, en un viaje. Actualmente está en tratamiento psiquiátrico porque a esos episodios se le sumaron ataques de ansiedad.

En mi caso también debí sumar a la terapia un tratamiento psiquiátrico que, en ambas oportunidades, duró muy poco y con el cual pude estabilizarme rápidamente. Yo nunca le tuve rechazo a la medicación, ni tampoco me aferré a ninguno de los mitos que sobrevuelan alrededor de estos tratamientos. En todo momento fui consciente de que no eran más que una ayuda, y que yo necesitaba sanar.

Cuando hablamos de tratamientos, ¿de qué estamos hablando? “Como regla general, hay dos tipos de tratamientos, uno que es farmacológico y uno que es psicoterapéutico. Y en los casos más graves tenemos tratamientos combinados, es decir, la persona va al psiquiatra y también va al psicólogo”, indica la psicóloga Gabriela Ithurralde.

Después, dentro de la psicología tenemos distintos marcos teóricos y modelos de afrontamiento, es decir, el psicoanalista no va a trabajar en la misma línea que el psicólogo cognitivo ni tampoco ninguno de estos dos en la misma línea que un psicólogo sistémico y así sucesivamente. No se contradicen estas ramas de la psicología porque de base todos queremos lo mismo, ayudar a que el paciente esté bien, solo nos diferencia el abordaje”, agrega.

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Además el realizar un tratamiento adecuado ayuda a que no se vea afectado el ritmo normal de tu vida, de hecho Santiago reconoce que lo que le sucede hoy no lo interrumpe tanto en su cotidiano justamente por seguir su tratamiento. Lo mismo cuenta Betina, quien se define como una persona “muy cuidadosa con la salud y bastante obediente con lo que indican los profesionales”.

Ella hoy por hoy está bien y mantiene la terapia psicológica cada 15 días, pero manifiesta que si en algún momento vislumbra alguno de los síntomas por los que pasó no se deja estar y hace una consulta para que no se vuelva a repetir lo mismo: “Mi problema también incluía trastornos del sueño, de la alimentación, de la memoria, todo lo que tiene que ver con la parte cognitiva. Mientras atravesé esa situación el ritmo de vida cambió tanto que tuve que acudir al tratamiento psiquiátrico, al cual lo sostuve durante tres años siempre controlada y gradualmente fui dejando la medicación y las consultas. Incluso en medio del tratamiento me indicaron licencia laboral porque yo trabajaba como directora de una institución en la que tenía a cargo 34 personas, y obviamente todas esas responsabilidades son imposibles de llevar adelante cuando se atraviesan este tipo de situaciones porque, por ejemplo yo, no podía ni pensar”.

Todos debemos saber que cada vivencia sobre estos estados es de distinta manera y que cada uno sale adelante como puede. Pero todo sería aún más fácil si contáramos con el apoyo de toda la sociedad, sin sentirnos excluidos en ningún momento. Cruzarte con personas que al menos te presten la oreja no es tan común en estos tiempos, y menos aún que te escuchen tratando de ponerse en tu lugar. Bueno, ni siquiera pido eso, solo pido respeto. Un respeto que traduzco a no juzgar lo que el otro está viviendo o dice sentir, porque la piedra en el zapato solo le molesta al que lo tiene puesto.

De todos modos para que el otro entienda o trate de hacerlo, nosotros debemos ser claros, debemos hablar. No tenemos por qué callar algo que nos pasa, que nos duele, que es más común de lo que creemos; y tenemos que saber que aunque nos fastidie demasiado estar mal, no sirve de nada desesperarse, porque lo que desembocó en lo que hoy te pasa se fue gestando de a poco, y de a poco también, con el trabajo necesario, se va a ir alejando de vos.

Por último, les quiero compartir un cuento que encontré en Internet hace unos días y me pareció muy lindo. Puede servir mucho para seguir entendiendo mejor estos temas, acá les dejo el link.

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