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Las prioridades económicas en tiempos de coronavirus

La negociación de la deuda puede quedar relegada a las urgencias de la pandemia

Las prioridades económicas en tiempos de coronavirus

La pandemia del coronavirus está haciendo recalcular a todos los Gobiernos del mundo. Para hacer frente al colapso en los sistemas de salud, el confinamiento obligatorio se expande por todo el globo. La solución que encontraron los líderes mundiales con el objetivo de “aplanar la curva de contagio” genera consecuencias económicas muy negativas. El cierre masivo de comercios, la clausura de las fronteras nacionales o la suspensión de producción en las fábricas son ejemplos de un parate generalizado en la actividad productiva.

Los bancos centrales y las administraciones nacionales intentan contrarrestar las pérdidas económicas inyectando dinero en la población. Poner plata en el bolsillo de la gente, diría Alberto Fernández. Trump acordó un plan que implica más de 2 billones de dólares en este sentido: otorgará u$s 1.200 a cada persona de bajos ingresos, además de u$s 500 por cada hijo. Se trata del paquete de ayudas económicas más grande de la historia. Todos los países afectados seriamente por la pandemia se encuentran actuando en el mismo sentido, por ejemplo, Alemania acaba de aprobar medidas similares por 750 millones de euros.

Argentina

Frente a la experiencia europea, el Gobierno Nacional decidió implementar el aislamiento obligatorio de forma preventiva. Sus consecuencias económicas ya se están viviendo: la industria automotriz ha cesado su producción, las Pyme enfrentan dificultades para pagar los salarios de marzo y el transporte de mercadería sufre serios retrasos. Todas estas problemáticas existen y fueron contempladas por los países desarrollados en sus medidas económicas, pero Argentina tiene problemas estructurales aún más profundos. 

Cerca del 40% de los trabajadores se desempeñan en el sector informal. Ya sea mediante monotributo, trabajo independiente o autónomo, hay sectores muy amplios de la población que viven el día a día. Es decir, los vendedores ambulantes o albañiles que hacen changas, entre muchos otros oficios, comen y dan de comer a su familia con el ingreso diario. A partir de la implementación de la cuarentena, estas actividades económicas desaparecen, dejando a mucha gente sin ingresos. 

El gobierno dio muestras de ser consciente de esta realidad social desesperante. El martes se determinó el pago del Ingreso Familiar de Emergencia para todo este sector, que el Gobierno estima en 3,6 millones de familias. Sin embargo, el pago de $10.000 parece insuficiente si uno compara con las cifras de ayuda económica que preparan los grandes países, como ejemplificamos más arriba. Es que existe una diferencia sustancial con respecto al mundo desarrollado: Argentina ya se encontraba sumergida en una crisis económica antes de la aparición de la pandemia. La capacidad instalada de la industria funcionaba en un 56% durante enero. El PBI viene de contraerse un 2,2% durante 2019. Nuestro país se enfrenta a grandes cantidades de deuda imposibles de pagar hacia mitad de año. 

Prioridades

 

Justamente, el problema de la negociación de la deuda externa venía siendo el principal foco económico de la gestión de Alberto Fernández, hasta la explosión del Covid-19. La pandemia obliga a replantear por completo las prioridades de la administración. La batería de medidas que apuntan a morigerar el impacto de la cuarentena abarcan a sectores muy golpeados por la implementación de la cuarentena. Pero, ¿son suficientes? ¿Hasta qué punto se puede seguir sosteniendo una negociación con los acreedores mientras la expansión del coronavirus amenaza con destruir gran parte de la economía nacional?

Sobre esta base es necesario plantearnos la viabilidad de continuar depositando esfuerzos y recursos en una negociación con los grandes fondos de inversión internacionales. El objetivo de una “buena” reestructuración de los pasivos argentinos sería volver a acceder al financiamiento internacional. Pero la “coronacrisis” acaba de cerrar por completo esta posibilidad para el conjunto de los países emergentes, como consecuencia de una salida masiva de capitales hacia el mundo desarrollado. 

El daño en los mecanismos de deuda internacionales es tan grave que hasta el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se encuentran discutiendo una suspensión en los pagos de los pasivos que tienen los emergentes hacia los desarrollados. Como vemos, no sólo la urgencia de la deuda ha sido superada por la urgencia económica y social que implica la pandemia, sino que el futuro del esquema de endeudamiento internacional se ha vuelto un interrogante. 

Las consecuencias de dilatar una solución al dilema de la deuda externa deberían ser sopesadas con las consecuencias de no priorizar lo suficiente a la economía doméstica. Un cierre del financiamiento internacional (que ya está cerrado), salida de dólares del país (sólo en 2019, salieron u$s 14.419 de los bancos) y una fuerte devaluación (en plena vigencia del cepo cambiario) pueden ser consecuencias “catastróficas”. Pero, ¿qué tan terribles pueden ser si las comparamos con el desastre que implicaría un avance de la pandemia sobre la economía local? 

Si no se otorgan los recursos necesarios, el colapso del sistema sanitario puede multiplicar las víctimas del virus. Es posible que cientos de empresas cierren sus puertas. Miles de personas pueden quedarse literalmente sin ingresos y caer en la pobreza. Otros miles que ya se encuentran en esa situación enfrentan las consecuencias sanitarias del hacinamiento en los asentamientos urbanos. 

Como vemos, se trata de una elección entre dos escenarios absolutamente adversos. El Gobierno repite que la prioridad número uno es sanitaria. En términos económicos, debemos priorizar la asignación de recursos nacionales muy escasos. ¿Los destinaremos a una negociación con los acreedores internacionales o a contrarrestar la crisis económica que produce el virus en nuestro país? ¿La prioridad será humanitaria o financiera?

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