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¿Todo tiempo pasado fue mejor?

El día que los gobernantes huyeron de la peste de la fiebre amarilla

¿Todo tiempo pasado fue mejor?

Era el  verano de 1871, y los primeros casos de fiebre amarilla fueron ocultados por ordenes de las autoridades, hasta que el tendal de muertes no pudo ocultarse más. 

Se decía que los infectados venían de Paraguay y Corrientes.Y para intentar frenar un brote mayor, se estableció una cuarentena en el puerto de barcos provenientes de Brasil y Paraguay.

Pero el  entonces Presidente Domingo F. Sarmiento permitió el arribo de dos barcos, sin ningún tipo de contemplación o recaudo.

En esa época eran usuales los conventillos, un lugar más que propicio para el desarrollo de enfermedades  y para la propagación de las mismas.

El renombrado Doctor Juan Antonio Argerich, fue uno de los primeros que atendió a una familia con la enfermedad, de la cual murieron 2 de sus integrantes.

Pero a la hora de certificar las muertes  a pedido del jefe de la policía Enrique O´Gorman, pusieron que la causa del deceso fue una inflamación en los pulmones y una gastroenteritis

Ya entrando al mes de febrero las muertes iban en crescendo y el rumor se apoderaba de la ciudad y  los habitantes empezaban a inquietarse.

Pero Buenos Aires era fiesta y los carnavales debían celebrarse, el gobierno de ninguna manera quería interrumpir el jaleo de la gente y la ocasión de festejar.

Fue entonces un joven médico llamado Eduardo Wilde quién tomo las riendas y escribió una esquela al periódico “La República” días antes del comienzo del Carnaval. Denunciando que las recientes muertes eran a causa de la fiebre amarilla.

El director del diario, que hasta ese entonces negaba la existencia de la peste. Tituló el siguiente ejemplar con una palabra que la sociedad no iba a ignorar ¡Terror!

Para cuando finalizaron los carnavales, las muertes pasaron de 40 a 100 por día y las autoridades gubernamentales que residían en Buenos Aires, Incluyendo al Primer Mandatario Sarmiento  junto a 70 ministros y al vicepresidente Alsina se escaparon en tren.

No eran héroes, no eran próceres, eran “zánganos” según el diario “La Nación” que corrieron de sus obligaciones cuando la ciudad más los necesitaba, dejándola desolada y con un panorama escalofriante.

Frente a este cuadro, un grupo de “valientes” armó una comisión popular de salud, que nombra como presidente a José Roque Pérez y como  Vice al Periodista Héctor Varela. También la integraban Bartolomé Mitre, Manuel Quintana, José C. Paz, entre otros.

Solo 2 diarios permanecieron en la trinchera “La prensa” y “La Nación” que a diario titulaban y nombraban la conducta del Presidente como “Cobarde” frente  a los que decidieron quedarse y ayudar.

La peste no solo se llevaba a los más pobres, arrasaba con todo lo que tenía cerca. Así fue como murió el presidente de la comisión José Roque Pérez y el médico Manuel Argerich, quienes quedaron inmortalizados en el famoso cuadro de  Juan Manuel Blanes “Un episodio de fiebre amarilla en Buenos Aires”.

(“Un episodio de fiebre amarilla en Buenos Aires, “obra de Manuel Blanes)

Se estima que el 8% de la población porteña falleció víctima de la epidemia

 En una ciudad que en tiempos normales morían un promedio de 20 personas diarias, durante la pandemia el número ahondaba en unas 500 personas por día.

La población se redujo a la tercera parte debido al éxodo que se produjo.  Los que se quedaron a ayudar no solo arriesgaban su vida frente a la enfermedad sino también a los crecientes robos, vejaciones y caos en lo que se había convertido Buenos Aires.

El parque Florentino Ameghino donde hoy se alza un monumento que homenajea a los médicos. Era el entonces llamado “Cementerio del sud”.  El cual quedo repleto de cuerpos y un año más tarde tuvo que ser clausurado tras haber recibido 15.000 muertos.

Por otro lado, el cementerio del norte, hoy más conocido como "Recoleta" también se vio rebalsado de muertes y dió lugar a crear el cementerio de “Oeste” que hoy conocemos como “la chacharita”.

(Monumento a los caídos de fiebre amarilla, obra de Manuel Ferrari)

El joven médico Eduardo Wilde años después recordaría los  trágicos días “La fiebre amarilla brotó en Buenos Aires traída de no sé dónde. Se discutía mucho acerca de si se trataba del vomito negro, yo escribía un artículo demostrando que la enfermedad era la fiebre amarilla y de la mejor calidad. La gente empezó a emigrar y hasta muchos médicos, yo me quedé en ella y cumplí con mi deber asistiendo gratuitamente a todo el mundo”

Diez años después en 1881 un médico Cubano Carlos Finlay fue quién descubrió que la enfermedad era transmitida por el mosquito Aedes.

Y En 1937 Max Theiler, trabajando para la fundación Rockefeller, desarrollo la vacuna para la fiebre amarilla.

En un contexto diferente, en una época diferente, pero con incertidumbres similares, frente a un virus desconocido. Hoy podemos aseverar que el acatamiento del la medida tomada por el gobierno de  un aislamiento social, preventivo y obligatorio para aplanar  la curva de contagio, es en el mejor de los casos la decisión correcta.

 En 1871 se oculto la enfermedad, y las únicas medidas que se tomaron fueron el pánico y la huida de aquellos que tenían que tomar decisiones.

Por eso es fundamental conocer la historia para no repetir los errores. Hoy  se espera que con suerte, la vacuna para el COVID-19 esté lista antes de fin de año

 Aunque las muertes sean irreparables y el alcance de la destrucción económica no sabemos cuánto daño ocasionará, el esfuerzo de todos juntos nos convierte en mejores personas. 

Y  da gusto saber  que los médicos son los valientes que salen a la calle con la misma incertidumbre que tuvieron los batallantes en 1871,  y se enfrentan a lo desconocido  para darle  pelea.

Por eso por ellos, y por todos #quedateencasa.

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