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Luc Besson vuelve a la carga con sus thrillers de súper acción y sus heroínas femeninas, pero esta vez el tiro le sale por la culata.
Vendrá medio de capa caída con sus últimos proyectos pero, alguna vez, Luc Besson fue catalogado como “el más hollywoodense de los directores franceses”, y ese es uno de los mejores cumplidos que se le puede hacer al parisino. Sin dudas, el realizador dejó una marca indeleble en el cine de acción posmoderno, revolucionando y afinando, no sólo los métodos de producción (con su propia compañía EuropaCorp), sino el aspecto estilístico de un género que andaba pidiendo a gritos un poco de aire fresco.
En su filmografía encontramos thrillers híper violentos, historias cargadas de adrenalina, asesinos despiadados y heroínas, un poco de romance, y fantasías futuristas que, con alguna que otra excepción, no dejan de ser impecables obras comerciales, pero no por ello carentes de una riqueza y belleza visual propia de la imaginación del cineasta. Así, Besson logró destacarse no sólo como director, guionista y productor de sus películas, sino de todos aquellos proyectos en los que se involucra, con esa mezcla de excesos, sordidez y estrambóticos efectos especiales que -y este no es ningún secreto- pidió prestados del cine de acción hongkonés.
Este abanderado del llamado “Cinéma du look” -movimiento que se extendió entre principios de la década del ochenta hasta los albores de los noventa, y cuyos exponentes compartían una cualidad visual que favorece el estilo sobre la sustancia y el espectáculo por sobre lo narrativo- supo enamorarnos con “Subway” (1985), “Azul Profundo” (Le grand bleu, 1988), “Nikita - La Cara del Peligro” (Nikita, 1990) y, por supuesto, “El Perfecto Asesino” (Léon, 1994) y “El Quinto Elemento” (The Fifth Element, 1997). A partir de este punto, la obra de Luc se empieza a desdibujar entre dramas fallidos como “Juana de Arco” (Joan of Arc, 1999), la saga de “Arthur y los Minimoys” (Arthur et les Minimoys) y “Lucy” (2014), su regreso al terreno conocido de la acción sin respiro con una gran protagonista femenina: Scarlett Johansson.
Un terreno que se rehúsa a abandonar, y al que regresa sin escrúpulos tras el fracaso estridente de “Valerian y la Ciudad de los Mil Planetas” (Valerian and the City of a Thousand Planets, 2017) y la cuasi bancarrota de EuropaCorp, con “Anna: El Peligro Tiene Nombre” (Anna, 2019), un thriller reciclado y mal llevado, con demasiado tufillo a la década del noventa y su propia Nikita.
Anna Poliatova (Sasha Luss) es una bella y mortal asesina que realiza misiones secretas para la KGB, mientras se hace pasar por modelo en las pasarelas de París. La vida de Anna no siempre fue tan glamorosa, y cuando tocó fondo, tuvo la posibilidad de elegir servir a su gobierno, un contrato de cinco años antes de abrazar su libertad. Al menos, es lo que le asegura Alex Tchenkov (Luke Evans), encargado de reclutarla y entrenarla para las tareas comandadas por la inescrupulosa Olga (Helen Mirren). Lo de Anna parece infalible, pero tras sus pasos está el agente de la CIA Lenny Miller (Cillian Murphy), quien busca vengar la muerte de sus operativos cinco años atrás, cuando Vassiliev -director de la KGB- dio la orden para eliminarlos.
La historia de Besson arranca en 1985, y va y viene en el tiempo de manera un tanto desprolija y redundante; satisface varias de sus fantasías (por supuesto), y nos presenta un contexto y un personaje principal bastante inverosímiles. El Moscú de mediados de los ochenta (o en su defecto, el de 1990) ni se condice con la mínima realidad de un país al borde de la debacle comunista, y se nota que al realizador no le importa sacrificar cierta autenticidad para contar un relato vacío y sin matices que guarda demasiadas similitudes con el de Anne Parillaud.
Su Anna se nos presenta como una superheroína invulnerable, la cual nunca parece estar en verdadero peligro, aunque esta disyuntiva sea la motivación del relato y la de su propio comportamiento, que va a sumar una infinidad de giros narrativos. Besson quiere jugar con el espectador, pero lo subestima a cada momento (mejor dicho, nos toma por zonzos), cayendo en la previsibilidad constante y en todos los clichés conocidos del género.
De esta manera, “Anna: El Peligro Tiene Nombre” se coloca en lo más bajo de la filmografía de Besson, justamente, por su falta de originalidad, su incoherencia contextual (ese nivel de tecnología en 1990, ¿really?) y una estructura narrativa que intenta ser novedosa, pero sólo consigue disimular algunos de sus defectos. Por su parte, la pobre Luss carece del carisma de sus antecesoras, y no hace mucho más que pasearse por la pantalla con su esbelta figura y repartir patadas y balazos a troche y moche.
Sí, Besson desperdicia un grandísimo elenco con Mirren, Murphy y Evans a la cabeza, y emparcha su fallido relato con un montón de escenas banales de súper acción (mal coreografiadas y poco creíbles), y una linda protagonistas que puede, por momentos, distraer y engañar al espectador. Mejor nos ahorramos la platita de la entrada y volvemos a ver “Nikita”.
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