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Ya desde su premisa, Corazón Loco parece una comedia salida de otra época. Y no por lo clásica o nostálgica, sino porque atrasa por lo menos veinticinco años. Como si no hubiera propuestas originales, guiones ingeniosos o talentos nuevos en la Argentina del siglo XXI, esta película recurre a reciclar una idea de sitcom de los ‘90 que ya resultaba vetusta en aquella época. El argumento gira en torno a Fernando (Adrián Suar), un tipo que tiene dos familias paralelas, una en la ciudad de Buenos Aires y otra en Mar del Plata. A pesar de que les miente a ambas, dice amarlas por igual y se toma grandes molestias para mantener las cosas funcionando entre las dos ciudades.
Así de básico como suena, este es el disparador para una larguísima y desprolija comedia de enredos que no causa gracia porque ni siquiera sabe bien qué quiere contar. Por un lado, Fernando se presenta a sí mismo como un buen tipo incomprendido por la sociedad, narrando todo en primera persona. Según él, tiene un corazón enorme que “puede amar mucho más que el de cualquier ser humano”, pero esto no es más que un eufemismo para su poligamia. Por otro lado, sus acciones revelan a un mentiroso patológico con el potencial de lastimar a todos a su alrededor: viajando de una ciudad a otra durante nueve años y engañando a sus dos familias con un elaborado esquema que cumple al pie de la letra para sostener la mentira.
Ni siquiera su mejor amigo (o mejor dicho, su único amigo) se salva de la mentira, pero eventualmente queda en el lugar de cómplice involuntario. Todos estos enredos podrían desembocar en una comedia ligera y pasatista sin otra pretensión que la de entretener, pero su discurso esconde una moralina insostenible. La mentira central en esta clase de historias funciona como una bomba de tiempo: eventualmente explotará, lastimando a todos a su alrededor. Y el morbo del espectador reside en querer ver cómo se resuelve la situación desde la comodidad de la butaca (o sillón, en este caso), sin correr ningún riesgo real. Pero en este caso, el engaño sostenido se plantea como una virtud desde la perspectiva del protagonista, quien se considera moralmente superior y afirma que hace todo por amor.
Marcos Carnevale es el director y co-guionista de esta película junto con Adrián Suar, una dupla que ya dio otros ejemplares como “El fútbol o yo” (2017) y que pergeñó Corazón Loco (2020) con el mismo espíritu con olor a naftalina. Este par de exitosos creativos de otra época se resisten a admitir el paso del tiempo y cambiar su fórmula infalible de antaño en consecuencia. Y como quien no quiere la cosa, toman un concepto “moderno” que no terminan de entender como el de poliamor y lo confunden con poligamia. En la diferencia está la clave, que es tan sencilla como elusiva para los dos guionistas: la relación consensuada. El conocimiento y aceptación de los términos del acuerdo por parte de todos los involucrados.
En cambio Paula (Gabriela Toscano) y Vera (Soledad Villamil) son jugadoras involuntarias del perverso juego en el que empezaron a participar cuando aceptaron compartir sus vidas con Fernando, sin saber la una de la otra. Y para colmo, ambas parejas tienen hijos (que están bastante de adorno, dicho sea de paso). Las dos actrices se lucen en papeles que les quedan demasiado chicos y las reducen a estereotipos unidimensionales, y sin embargo son las únicas capaces de generar empatía y alguna ocasional risa, junto el personaje secundario del hermano de Vera (interpretado por Darío Barassi). Los detalles como la castración del perro o la “ceguera” de Paula al comienzo solo sirven para subrayar lo obvio, en una constante subestimación del espectador
Pasada la hora y media de duración, cuando la película tendría que estar llegando a su anticipada conclusión, recién estamos entrando en el tercer acto. Esta falta de ritmo se debe a la repetición de escenas innecesarias (como todo el montaje a mitad de camino entre ciudades) y el cambio radical en el punto de vista, que pasa abruptamente de Fernando a sus dos esposas a mitad de la película. Incluso la narración en primera persona queda completamente olvidada sin ninguna justificación, solo para retomarse al final. Ni las espectaculares tomas de Mar del Plata ni los elaborados planes de los protagonistas, ni siquiera el talento de Villamil y Toscano alcanzan para rescatar esta historia sin ritmo ni gracia.
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