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Cine y series #Christopher nolan

Christopher Nolan cumple 49 años en el set de su nueva película

Mientras continúa con el rodaje de “Tenet”, Nolan festeja un nuevo onomástico consagrado como uno de los realizadores que más amores y odios parece haber despertado en las últimas décadas.

Christopher Nolan cumple 49 años en el set de su nueva película

Pensemos por un momento en el personaje de Alfred Borden (Christian Bale) que, como cualquier buen ilusionista, no suele revelar (todos) sus secretos. Si seguimos sacando chispas a nuestras neuronas podemos generar cierta analogía entre un director cinematográfico y un mago, sobre todo, con aquellos que acostumbran a guardarse algún que otro truquito bajo la manga y dejar en vilo a los espectadores al concluir sus actos.

Christopher Nolan no es tan distinto a los protagonistas (y a las tramas) de sus films: obsesivo, retraído, un tantito oscuro y enigmático, y bastante tradicional y solemne para un tipo que apenas está por alcanzar sus primeros cincuenta años. Sin mencionar que siempre parece tener la última palabra en materia narrativa, ¿alguien dijo finales abruptos y desconcertantes?

Criado entre las ciudades de Londres y Chicago, este realizador con doble nacionalidad que se calza el traje de dos piezas como si fuera el uniforme de trabajo -por el simple hecho de tener algo menos de que preocuparse por las mañanas, sí, además es un tipo práctico-, comenzó a juguetear con el séptimo arte como muchos pequeños aficionados. Inspirado por las aventuras internacionales del 007, los thrillers de ciencia ficción de Ridley Scott y el cine de autor de Stanley Kubrick, el joven Chris destruía sus réplicas del Halcón Milenario y varios X-Wings frente a la cámara Super-8 familiar, bajo la atenta mirada del pequeño Jonathan -su hermano menor- que no perdía oportunidad de tomar nota mental de las imaginativas historias que este pergeñaba.

Un autor siempre metido en los detalles

Sin dudas, uno de sus logros más grandes -al menos como realizador- es haber logrado contradecir esa noción “popular” de que el arte fílmico es sólo para entendidos. Hoy por hoy, cualquiera con una camarita digital (o un celular más o menos decente) es capaz de crear algún trabajo audiovisual interesante, pero en la Inglaterra de mediados de los noventa, para un joven aspirante a cineasta sin experiencia, no era tan fácil conseguir los medios económicos para empezar a hacerse camino y un nombre.

Nolan ostenta un título en literatura inglesa, aunque su pasión por las imágenes en movimiento lo acompaña casi desde la cuna; pero gracias a su perseverancia y talento (admitámoslo) logró convertirse en uno de los realizadores -léase director, guionista y productor- más destacado de las (casi) últimas dos décadas.

Sus influencias, como su “marca registrada”, están presentes desde sus primeros trabajos: un par de cortometrajes en blanco y negro realizados en el ámbito de la sociedad fílmica de su alma mater -la UCL (University College London)-, la universidad pública desde donde, con la ayuda de otros estudiantes y cero práctica en la materia, sacó adelante “Larceny” (1994-1995) -un corto rodado durante un fin de semana que llegó a participar en el Cambridge Film festival- y “Doodlebug” (1997), un interesantísimo thriller fantástico de apenas tres minutos, producido con dos chelines.

Emma Thomas y Chris Nolan, juntos a la par

Ese mundo duplicado que el inglés suele plasmar en la mayoría de sus producciones (sino en todas) lo acompaña desde esos comienzos tan amateurs, donde los involucrados no tenían ningún entrenamiento formal y todo se reducía a un proceso de aprendizaje.

Nolan vivía en el West End londinense cuando decidió tirarse a la pileta y producir su primer largometraje, en vez de esperar sentado por un financiamiento que, de otra manera, posiblemente jamás hubiese llegado. El resultado de esa primera experiencia cinematográfica es “Following” (1999), (una vez más) un thriller psicológico en blanco y negro de poco más de setenta minutos de duración, filmado en 16 mm al estilo “guerrilla”: básicamente, paseando la cámara por las terrazas y recovecos de la ciudad, yendo de locación en locación gracias al transporte público, sin pedir ningún permiso oficial, sin prisa, pero sin pausa.

Bueh, tal vez fue más pausado de lo que el muchacho esperaba. El rodaje se llevó a cabo en el transcurso de casi un año y sólo durante los descansos dominicales, único momento en que estaban disponibles los protagonistas y el resto de su equipo técnico -el cual incluía a su coproductora Emma Thomas (por aquel entonces su noviecita y hoy, no sólo su socia en la vida y en los negocios, sino una de las mujeres más influyentes de la industria) y a su hermano menor que seguía tomando notas-, lo cual le daba el tiempo suficiente para poder juntar el dinero y comprar un rollo de película por semana, para luego mandarlo a procesar y apreciar los resultados. El novel director, guionista, productor y, en este caso, también camarógrafo y montajista, terminó pagando de su propio bolsillo los seis mil dólares que costó el film esperando, en algún futuro cercano o lejano, poder llevarlo a la pantalla.

Las callecitas de Londres tienen ese qué sé yo

“Following” bebe de la narrativa y la estructura de la novela “Waterland” (1983) de Graham Swift, de las películas “Pink Floyd The Wall” (1982) de Alan Parker y “Seconds” (1966) de John Frankenheimer, y cierta necesidad del realizador por reflejar la individualidad de las personas a pesar de vivir en una gran metrópoli como la capital inglesa.

Ese fue el punto de partida para una de las películas que mejor define al cine independiente de finales del siglo pasado, y cuya falta de concesiones financieras le permitió a su director poder jugar libremente con la forma y el contenido, bastante particulares para los estándares de la época. Nolan pide prestados elementos del film noir tradicional, pero la “economía” a la hora de aplicar estos recursos le otorga una bocanada de aire fresco al clásico género cinematográfico. Acá nada se desperdicia, ni una silaba del guión, ni un milímetro de negativo, y el resultado son altísimos valores de producción que otras obras de Hollywood sólo podrían alcanzar con una inversión más grande.

La historia de este aspirante a escritor que tiene como ‘hobby’ perseguir a extraños por la calle, y termina involucrado en los chanchullos de un enigmático delincuente y una bella rubia que complican su aburrida existencia, le da la posibilidad a Nolan de jugar a lo que mejor le sale: las formas narrativas no cronológicas, que le permiten controlar la información (y no preocuparse por la continuidad, digamos todo) y expandirla en todas direcciones.

Los hermanos sean unidos porque esa es la ley de Hollywood

En el film se entrecruzan tres líneas temporales, algo que al principio desorienta bastante al espectador, pero lo invita a jugar al detective, forzándolo a reconstruir este rompecabezas y a recolectar la información de la misma manera en que lo haría en su vida cotidiana, o sea, a cuenta gotas.

Las condiciones restrictivas bajo las cuales se forjó esta primera experiencia fílmica, sin dudas, marcaron la estética y estilo de trabajo de Nolan. “Following” se paseó por los festivales de cine de Hong Kong, San Francisco y Slamdance, entre otros, y encontró un distribuidor independiente que ayudó a remasterizar el sonido, ampliar el formato a 35 mm y lograr que se estrenara en el Reino Unido, Francia y hasta dos salas de Nueva York, recaudando ocho veces su presupuesto. Desde ya, ese muchachito fanático de “La Guerra de las Galaxias” (Star Wars, 1977) -la vio doce veces en el cine con apenas siete años-, jamás pensó que llegaría tan lejos. ¿O sí? Porque la ambición siempre estuvo.

Apenas un par de años después, “Memento, Recuerdos de un Crimen” (Memento, 2000) se convertía en la vedette de los festivales y Christopher Nolan en el niño mimado de la crítica. De repente, el ignoto realizador estaba en boca de todos y, gracias al éxito de su segundo thriller neo noir -una historia de venganza contada en reversa y protagonizada por un personaje que no puede recolectar nuevos recuerdos-, no había estudio hollywoodense que no quisiera tenerlo entre sus filas.

"No creas en sus mentiras" 

“Memento” también marcó el comienzo de la estrecha colaboración artística que tiene con Jonah, quien no sólo aportó la materia prima para el relato revanchista (una historia corta llamada “Memento Mori”), sino que se hizo cargo de los primeros borradores y la co-escritura de muchos de los guiones que vendrían. Pero Jonathan Nolan no es solamente el “hermano de”, el pequeño de la familia logró despegarse la etiqueta y se convirtió en creador del drama policial “Person of Interest” (donde debutó como director) y la ya consagrada “Westworld” de HBO, entre otros proyectos.

El cineasta independiente por excelencia, el que había luchado a capa y espada por hacer conocer su trabajo, estaba por ingresar a un universo mainstream donde, tal vez, todas esas entusiastas ideas podían ser apaciguadas y tragadas por una industria que, en la mayoría de los casos, no suele tener en cuenta al “autor” detrás del proyecto.

Nolan parece haber encontrado en la gente de Warner Bros. el equilibrio justo entre la libertad creativa y el backup económico necesario. La confianza fue mutua porque después de realizar su primera película conjunta, “Noches Blancas” (Insomnia, 2002) -remake del policial noruego, tal vez la más impersonal de sus obras, pero no por ello deja de ser meritoria-, el estudio puso todos sus huevitos en la canasta nolaniana y le encomendó una de las tareas más complejas por aquel entonces: la resurrección de la moribunda y vapuleada franquicia del Hombre Murciélago.

El cineasta independiente por excelencia, el que había luchado a capa y espada por hacer conocer su trabajo, estaba por ingresar a un universo mainstream donde, tal vez, todas esas entusiastas ideas podían ser apaciguadas y tragadas por una industria que, en la mayoría de los casos, no suele tener en cuenta al “autor” detrás del proyecto.

Con esta primera experiencia manejando grandes presupuestos y campañas publicitarias que, indefectiblemente, van de la mano de un producto tan arraigado a la cultura popular, el director salió muy bien parado y todo parece indicar que, una vez más, lo hizo a su manera y sin dar concesiones.

Nolan no sólo le devolvió la dignidad al Caballero Oscuro, con su trilogía -y en especial con “Batman: El Caballero de la Noche” (The Dark Knight, 2008)- logró trascender la frontera del género ‘superheroico’ que, por primera vez, se empezaba a tomar un poquito más en serio, ahí donde los justicieros enmascarados podían ser algo más que tipos en spandex saltando por los techos. El acento (como en todas sus películas) siguió arraigado en la historia y en cómo contarla, sólo que ahora tenía un presupuesto mucho más amplio y un montón de efectos especiales a su servicio para hacerla aún más grandilocuente, pero sin perder el foco.

Muchos dirán que se vendió al sistema, pero en realidad evolucionó hacia lo que más deseaba: Nolan nunca soñó con ser elitista como algunos de sus compatriotas, sino en  poder llegar al público masivo, siempre dejando algo más que dos horas de entretenimiento descerebrado. Incluso en sus grandes producciones como la batitrilogía o “El Origen” (Inception, 2010) continuó siendo fiel a sí mismo y a sus costumbres cinematográficas.

Superhéroes "serios" y "solemnes", ¿dónse se ha visto?

Si hablamos de superhéroes, odiseas espaciales, fantasías oníricas o la reconstrucción de hechos históricos, los artificios visuales no pueden dejarse de lado, pero el realizador y su abnegado equipo técnico -muchos nombres recurrentes y oscarizados gracias a estos trabajos- siempre hicieron (y hacen) hasta lo impensado para lograr la mayor verosimilitud a partir de un uso mayor de efectos físicos y/o en cámara, antes que la proliferación de pantallas verdes y las creaciones digitales (y ni hablemos de su antipatía hacia el 3D). A Nolan no le interesa el público pasivo y cuenta con que el espectador se involucre y sea parte de la aventura que propone, eso implica no venderle gato por liebre, y que la experiencia (al igual que para los actores) sea lo más realista e inmersiva posible.

Junto a su esposa creó su propia compañía productora (Syncopy) para, en gran parte, poder asegurarse el control creativo de sus films y que los ejecutivos no metan (demasiado) la mano. Este contrato tácito (y suponemos que escrito también) parece funcionar a las mil maravillas, más cuando tenemos en cuenta cada uno de los “caprichos” que se le conceden al director.

Desde los tres estudios que debieron asociarse (y pactar entre ellos unas cuantas condiciones) para poder participar de la producción y distribución de “Interestelar” (Interstellar, 2014), hasta las pesadillas que le debe provocar a más de un dueño de salas cinematográficas cuando pretende garantizar que cierto porcentaje de las proyecciones se realicen en su formato original, el anamórfico de 35 o 65 mm, o el majestuoso IMAX 15/70, en vez de una copia digital.

Un repertorio exitoso y variado

Nolan es uno de los tantos directores que todavía utiliza el casi extinto celuloide, y su férrea campaña para salvarlo ha logrado el apoyo de otros cineastas como QuentinTarantino, StevenSoderberghy J. J. Abrams, cuyo compromiso consiguió revertir esta crónica de una muerte anunciada. El uso del clásico formato, no sólo proporciona la mejor calidad de imagen (ni el sistema digital más sofisticado puede comparársele todavía), sino que lo sigue ligando a la economía de recursos que marcó sus primeras producciones.

No importa el presupuesto, Chris sigue laburando como si fuera una obra independiente, haciendo dos o tres repeticiones de cada toma y pasando rápidamente a lo que sigue. El tipo no perdió las mañas a través de los años y, según se dice, llegó a pagar de su propio bolsillo un porcentaje de las copias fílmicas de “Interestelar”, que llegaron a las salas yanquis (como avance especial) dos días antes de su estreno masivo en noviembre de 2014.

Con apenas diez largometrajes en su haber, Christopher Nolan se convirtió en uno de los directores más taquilleros de todos los tiempos -dos mil millones de dólares recaudados en los Estados Unidos y casi cinco mil en todo el mundo-, toda una ironía si tenemos en cuenta esos “humildes” comienzos. Ah, también es uno de los mejores pagados.

El "caballero oscuro" que cambió las reglas del juego 

Podemos celebrar el riesgo cuando viene de la mano de lo artístico e independiente pero, por algún motivo, lo repudiamos y nos “ofendemos” cuando explota con un rotundo éxito, como si ambas cosas fueran incompatibles. Ese es el mayor acierto y el peor “error” cometido por Christopher Nolan: haber logrado que en sus propias producciones convivan el blockbuster veraniego más explosivo junto a un cine de autor bien marcado, consiguiendo ser amado y repudiado por la crítica y el público, casi en partes iguales.

Acusado en más de una oportunidad de “pretencioso”, que más se le puede pedir a un realizador que a los veintitantos ya buscaba volarles la cabeza a las audiencias del mundo con thrillers oscurísimos y de complicada narrativa, y que ahora tiene a los estudios de Hollywood a sus pies, cada vez que quiere llevar una de sus locas ideas a la pantalla. Recordemos el caso de “Dunkerque” (Dunkirk, 2017), un drama de acción ambientado durante los comienzos de la Segunda Guerra Mundial y basado en un hecho poco conocido, que terminó recaudando más de 500 millones en todo el globo, además de una friolera de premios, incluida su primera (y rezagada) nominación al Oscar como Mejor Director.

Después de este “experimento” casi minimalista en cuanto a diálogos, pero recargado de tensión y muchos elogios, Chris vuelve a los secretismos de sus tramas con “Tenet” (2020), una película (otro thriller) de la que no sabemos absolutamente nada, más allá de estar protagonizada por John David Washington, Robert Pattinson y Elizabeth Debicki, entre otros. El rodaje se está llevando a cabo ahorita mismo, un despliegue que incluye siete países -entre ellos Estonia, Italia, India y el Reino Unido- y muchos efectos prácticos que, seguro, nos van a volar la peluca.  

Dibuje (o dirija) maestro 

Para cerrar e ir directo a la parte de los festejos (esto era un cumpleaños, ¿no?), podemos asegurar que Christopher Nolan es un director ambicioso que quiere tomar ciertos riesgos y trasladarlos a un público más amplio, pero el suceso alcanzado, ante cierta mirada crítica, parece haberlo convertido (entre algunos sectores académicos) en persona non grata. Si ladran, Sancho…

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