Una vez hice magia. Fue en Tigre. Estaba en una cabaña con mis amigues y, como siempre, me tocó el rol de cocinera del pueblo. Era noche de ñoquis y decidí hacer los de batata, que siempre funcionan bien en mi grupito de millennials de paladar aventurero.

Los serví con una salsa muy rica de manteca tostada y almendras. Cuando todos empezaron a comerlos me di cuenta que no les había puesto ralladura de limón, asíque corrí a buscar mi microplane (recomiendo fuertemente tener un microplane, googleen) y les fui rallando un poco a cada uno en cada plato. Las reacciones fueron mucho más exageradas de lo que yo esperaba por un poquito de limón, que además ya habían probado porque se lo pongo a todo. La diferencia esta vez fue que experimentaron el antes y el después y ahí recién comprendieron la magia, el por qué. Es hasta el día de hoy, después de 5 años de esa experiencia, teniendo un restaurante y habiendo hecho innumerables recetas más, con más recursos y conocimiento, nunca se van a olvidar de “los ñoquis de la ralladura”.

Enserio, ¡ponganle ralladura de limón a todo!

Basta de sentir el gustito cítrico punzante, fresco, brillante tan solo en los restaurantes. Salgan al bazaar más cercano y comprense un rallador de cáscara, estos chicos, largos (el tan mencionado microplane). Una vez que tengan el rallador, rallen todo: naranja, lima, pomelo, jengibre. Dejen caer esta lluvia sobre todos sus platos, mucha, ilimitada, con cualquier cosa. No hay nada que no quiera ser bañado por pequeñas gotas de cáscara cítrica. Papas hervidas, póngale. Fideos con manteca, póngale también. Ensalada mixta, me agradecen después. Pollo al horno, no la contás. Frutillas con crema, bai. Helado de americana con ralladura de jengibre NI IDEA.

Bueno, me calmo. Tal vez esa última fue mucho. Vayan de a poco. Empiecen con el limón. Hagan la prueba. The sky´s the limit.