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Moshpit Posse: la piedra angular del periodismo de hip hop nacional

A través del libro La evolución del flow, Juan Data reconstruye los años de gestación del hip hop nacional usando su fanzine Moshpit Posse como primer documento de referencia. Desde Filo.news conversamos con su autor en una entrevista única con vicisitudes propias de los primeros años de una cultura efervescente. 

Moshpit Posse: la piedra angular del periodismo de hip hop nacional

Diciembre de 1996. Un veinteañero Juan Data reparte en el Parque Rivadavia unas copias en blanco y negro del número 0 de Moshpit Posse, su fanzine sobre hip hop que empezó a hacer hace pocos días con Mr. Sur, un aventurado compañero amante de la cultura, y que significó el rudimentario nacimiento de un periodismo de nicho que, años más tarde, terminaría convirtiéndose en una temática obligada en todos los medios de comunicación.

2020. Juan Data, desde su casa en Oakland, California, reparte a través de Walden Editora La evolución del flow, un libro de más de 450 páginas donde reconstruye, desde un punto (no) arquimédico decorado por la vergüenza de la relectura de furcios y prácticas poco profesionales comprimidas en los pocos números de su fanzine, la historia fundacional del hip hop en Argentina a través de su óptica y la de su revistita casera.

¿Qué hay de diferente entre el Juan Data que repartía sus primeros fanzines en el Parque Rivadavia con el Juan Data que espera porque la gente compre su libro? Casi lo mismo que el mundo hiphopper de ese entonces con respecto al de hoy en día: absolutamente todo, pero a la inversa. Al principio, Juan Data complementaba sus estudios de Comunicación Social con el hip hop y asistía a los recitales oficiando tanto de reportero como de vendedor ambulante de su propio fanzine. Ahora, a varios miles de kilómetros de su país de origen, tiene una mirada indiferente, casi crítica, de cómo evolucionó la situación la cual sólo es motivada por MCs como T&K y los integrantes de la Conección Real y una especie de repulsión a su fanzine.

De hecho, sólo se pone la capa de periodista cuando medios estadounidenses o europeos le ofrecen escribir artículos para sus websites y que él, criteriosamente, decide rechazar o aceptar, dependiendo de cuánta ilusión le haga escribir sobre lo que le proponen. Hoy en día trabaja como experto en metadata para el comercio y la difusión de música digital en Internet. “Professional music listener", figura en su perfil de Instagram.

No así los medios, que comenzaron a vanagloriar la cultura que ridiculizaban y que, llevada a upa por las batallas de freestyle, llegó a audiencias inimaginables: hasta es legitimada como un movimiento cultural de interés por las autoridades políticas del país, hecho que puede verse en el espacio que tiene Cultura Rap en el Centro Cultural Recoleta o la Final Nacional de Red Bull Batalla de los Gallos 2015, ocurrida en el Parque Centenario.

Tras la salida de La evolución del flow, desde Filo.news conversamos con su autor en una entrevista única y repleta de anécdotas y vicisitudes de la época del periodismo apurado y de la gestación de uno de los movimientos culturales más importantes del último tiempo.

¿Cómo nace la idea de hacer un libro sobre Moshpit Posse?

Yo ya tenía la idea, hace varios años, de hacer un libro, pero no sabía cómo encararlo y por qué ángulo. La idea de hacerlo con el fanzine como hilo conductor surgió a partir de la propuesta de Walden. Me propusieron hacer una antología del fanzine, pero a mí no me interesaba hacer eso específicamente; no me interesaba publicar el fanzine tal cual había sido publicado en su momento. Mi contrapropuesta fue: “Mirá, yo uso el fanzine como guía, pero te escribo textos nuevos, sacando citas, obviamente, del fanzine, pero corrigiéndolo, adaptándolo y recontextualizando para que tenga sentido en el presente, porque mucho de lo que escribimos hace 23 años no tiene sentido leerlo tal cual como salió en ese entonces". No serviría de nada y para nadie más que como documento de consulta. No sería un libro interesante para la lectura.

El libro no busca tener rigor académico ni tener tintes periodísticos, ¿desde qué perspectiva lo encaraste?

Es una combinación de ensayo con periodismo, libro de historia, autobiografía… es un híbrido de géneros. Lo único que yo tenía en claro en cuanto a la perspectiva era que tenía que ser una cosa personal desde mi punto de vista que no intentase ser la historia oficial, sino la historia que yo presencié; la historia que yo cubrí en ese momento, porque en el momento en el que uno se embarca en un proyecto de esta clase siempre hay gente que se va a sentir desilusionada o dejada de lado y van a surgir acusaciones de “¡Eh! ¿Cómo te olvidaste de aquello?” o “¿Cómo te olvidaste de incluir a tal artista?”.

Todas esas acusaciones ya me las veía venir porque yo estoy muy acostumbrado a lidiar con ese tipo de problemas por los años del fanzine. Entonces para evitar eso dije: “Mirá, voy a escribir exclusivamente sobre lo que yo viví, lo que yo vi, lo que yo entrevisté, la gente que yo conocí y basándome en lo que yo publiqué en el fanzine". La misión del libro no es abarcarlo todo, sino reconstruir el período limitado que yo cubrí desde lugar en el que estuve: Caballito, de 1996 a 1999.

¿Cómo fue tener que volver a releer todos los fanzines 20 años después?

Fue lo más traumático, creo. No sé si estoy exagerando un poco, pero sí en el sentido de que hace muchos años yo no los leía ni los tocaba. Los tenía guardados en una caja y, como todo lo que escribe uno, después de mucho tiempo, te da como cosa leerlo. Te da medio vergüenza ajena, ansiedad. Yo creo que con el fanzine tenía esa relación, especialmente con los primeros, de los que no estoy para nada orgulloso por el contenido. El número #0 es un desastre absoluto y no quería tocarlo ni con un chorro de soda. No quería ni abrirlo y me costó: me tuve que obligar a leerlo. Lo poco que rescatamos de ese número para el libro está muy higienizado, limpiamos mucho las asperezas porque hay cosas que, realmente, son irreproducibles.

¿Nunca se te dio por volver a llevar adelante el fanzine?

No… o sea, sí. Hubo un plan de un fanzine que iba a seguir después del número #12 de Moshpit Posse, cuando yo lo cancelé, pasó un tiempo en el que estuve tramando y pensando un fanzine que iba a ser nuevo, con otro punto de vista cercano al hip hop: centrado en el graffiti y en el arte vandálico. Lo había empezado a armar, incluso ya tenía artículos escritos, pero justo se dio que apareció la revista Hip-Hop Nation, basada en España y con distribución en Latinoamérica. Ahí me contrataron, básicamente, para ser el corresponsal en Sudamérica de ellos y abandoné el plan de sacar mi propio fanzine.

Si tuvieras ganas de hacerlo otra vez, ¿creés que funcionaría?

La verdad que no tengo ni idea porque estoy muy desconectado de la escena nacional: no estoy presente físicamente. Nada más a nivel virtual, conectado con amigos periodistas actuales del hip hop y sé que hay un interés, pero no sé si hay… la escena no sé si está en condiciones de recibir un fanzine físico con distribución y todo ese tema. No sé si se le pasó el cuarto de hora a ese formato. Hoy es todo online y los fanzines son blogs en Internet y a mí, personalmente, ya no me interesan ese tipo de emprendimientos.

En una parte del libro tal era tu entusiasmo que mencionás que “en cuestión de meses iban a aparecer más fanzines y medios”, ¿por qué creés que terminaron tardando tanto en llegar?

En un momento, yo tenía la impresión de que la escena de hip hop argentina se estaba formando a imagen y semejanza de la Buenos Aires Hardcore. En esa escena había muchos fanzines, había muchos sellos, había mucha movida de emprendedores independientes que, si bien competían entre sí por el público, se ayudaban entre sí también. Yo esperaba que eso surgiera naturalmente en la escena hip hop argentina. Y no surgió: yo terminé siendo el único emprendedor que quiso hacer un medio de comunicación y me quedé años esperando que surgieran otros, los cuales empezaron a salir recién después de que yo dejé el mío.

Vos tenías pensado que el fanzine constara de un único número. ¿Cuál fue el hecho que te hizo cambiar de parecer y alargarlo?

No es que creía que el fanzine iba a costar de un solo número, sino que el tema no daba para más de un solo número. Yo creía que la escena era finita. Haciendo ese número nos dimos cuenta de que la escena estaba en proceso de ebullición y, a comienzos del 97, empezaron a surgir un montón de bandas y artistas nuevos y nos dimos cuenta de que teníamos que seguirla. Igual, yo creo que el punto de inflexión, fue conectar con los de la vieja escuela. Cuando entrevistamos a Jazzy Mel fue el punto de quiebre en el que dije: “De acá en adelante me voy a dedicar a esto. Voy a ser periodista de hip hop argentino” y vi el futuro de mi carrera trazado delante de mí.

¿Por qué termina Moshpit Posse?

Como todo, tiene una pluricausalidad, pero tiene que ver con mi desgaste en la escena; había mucha mala onda en ella. 1999 había sido un año muy poco fructífero para el hip hop argentino, estaba todo medio muerto. De golpe, Alejandro Almada, que era uno de los pocos emprendedores en la escena que se encargaba de gestionar recitales, se cruzó de brazos y dejó de estar tan activo. Ahí la escena me demostró su desidia al no ponerse las pilas para decir: “Che, Almada dejó de ponerse las pilas. Vamos a ponérnoslas solos, por nuestra cuenta”. Muchos se quedaron esperando a ver si aparecía alguien más que les organice eventos a ellos. Pasaron meses donde no sucedía nada y eso me causó una frustración tremenda.

Después de que lanzamos el documental El Juego (Ariel Winograd, 1999), hubo algunas peleas tanto con Almada como con Mike Dee de Bola 8, que me amenazaron con cartas documentos, peleas físicas, violencia… había mucha, mucha mala onda y yo ya había perdido mi entusiasmo. Se me habían ido las ganas de enfocar tantas energías y tanto tiempo con lo que me costaba hacer el fanzine.

Igual, obviamente, fue una decisión dolorosa porque el fanzine también me traía muchas satisfacciones. Mi satisfacción máxima era el correo de lectores. Cuando recibía cartas de lectores del Interior, que eran los más agradecidos, realmente eran increíbles. En esa época no les llegaba nada y yo sentía que (el fanzine) lo seguía haciendo sólo para seguir alimentando ese vínculo con la gente del Interior, porque con la escena de Capital yo estaba bastante desilusionado.

¿Qué opinión te merece la escena rapper actual del país?

Veo poco y nada por la distancia. Una vez al año voy a Argentina e iré a un recital por vez y nada más. Me encanta todo lo que está pasando; hasta ahora no vi nada que me cause rechazo o que me haga decir “Uh, esto se fue al carajo”. Me llena de entusiasmo que la escena haya crecido tanto, que haya evolucionado tanto y me parece fabuloso lo que está pasando. La variedad de movidas que hay en el hip hop, ya sea por el trap, por las batallas de freestyle, por el rap feminista, me parecen súper interesantes y válidas porque han logrado que la escena sea mucho más heterogénea y federal. Se democratizó el acceso y, en cuanto a calidad, hay de todo.

¿Qué MCs son los que más te gustan de Argentina y por qué?

Me gustan mucho los pibes de la Conección, Fianru, Urbanse, Núcleo, T&K… son como los herederos de la camada anterior, los continuadores, y, al mismo tiempo, el último bastión del purismo hip hop. Esa onda me encanta. Son el rap que me hubiera gustado escuchar en los 90, pero obviamente no teníamos las herramientas ni el conocimiento para hacerlo así en esa época. También me gusta mucho Homer el Mero Mero desde su lado más gangsta y con una propuesta genial.

Del lado del hip hop femenino me gusta Fémina, me encanta lo que hacen ellas. Me parece que las femcees como Sara Hebe son más atrevidas que los varones a la hora de expandirse más allá de los límites del hip hop; a usarlo como herramienta y llevarlo más allá. Muchas veces los chabones no se animan tanto a eso. Lo que hacen muchos varones es estar en el hip hop para demostrar skills y mostrar sus habilidades verbales, pero no tienen una lucha clara.

¿Qué te parecen las batallas de freestyle?

Al principio me llenaron de entusiasmo, pero lo fui perdiendo en cuestión de minutos. No me interesa ni en lo más mínimo. Me gusta el freestyle, obviamente, pero a nivel competitivo, ya cuando se lo toman como deporte, me dejan de interesar. Me interesa más como arte. Subirse a repartirse insultos ida y vuelta, si bien es válido y algo que yo quería que existiese, hoy por hoy no me atrae nada. No me mueve un pelo. No digo que lo invalide, pero a mí no me interesa.

Habiéndose expandido tanto la cultura y, con ella, los medios de difusión y los expertos en la materia. Como pionero del periodismo hiphopper, ¿sentís que no se te tiene tanto en cuenta como referente?

Yo creo que es al revés: creo que se me tiene en cuenta demasiado. Se ha sobrevalorado mi labor periodística, que yo creo que no fue tan importante como muchos la pintan. A través del prisma de la nostalgia muchos mitologizaron el fanzine, pero para mí no es para tanto. Me ha pasado de encontrarme con gente en recitales que me decía “¡Noooo, vos eras ese Juan Data! ¡El que tenía toda la información y el que saca ese fanzine que estaba buenísimo!” y, para mí, era como que se infló demasiado mi historia. En el libro quería sincerarme de mis propios errores para evitar que se mitologice mi labor, porque estuvo plagado de errores y no tenía ninguna condición superdotada ni de privilegio que me pusiera por encima del resto. Simplemente, fui el primero porque me tocó serlo de casualidad.

En el libro contás que tus entrevistados no se tomaban en serio las notas que les hacías, ¿qué fue lo más loco que viviste haciendo una entrevista?

Fue después del fanzine, en el año 2000 cuando viajé a Chile para entrevistar a Makiza (Ana Tijoux, Seo2, Cenzi, Squat). Yo estaba emocionadísimo con la idea de ir a entrevistarlos a ellos para la Hip-Hop Nation de España. Me habían volado a Chile especialmente para entrevistarlos porque su disco ya llegaba a Argentina y, en mitad de la entrevista, el grupo se disuelve. Vino el manager y dijo: “Nos tomamos un break, hacemos la segunda mitad de la entrevista más tarde”. Ahí se fueron a hacer una prueba de sonido y, cuando vuelven, me dicen: “No, Makiza no existe más: nos separamos”. Yo me quedé mal, porque iba como súper fan y como periodista y encima me dijeron que no podía mencionarlo en el artículo. Quedé en la posición más incómoda y bueno, fue una experiencia de emociones muy fuerte.

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