Anatomía punk: Iggy Pop bendijo Buenos Aires con pogo y piñas al aire
¿Qué edad tiene el peligro? El Padrino brindó una presentación eléctrica y se divirtió manejando a un público de todas las edades que le festejó todo a las trompadas. El punk rock está vivo y llena estadios.
La Iguana llega al escenario tambaleándose, casi como si se estuviese por desplomar en cualquier momento. El peligro está latente en cada instante del ritual. ¿Qué edad tiene el peligro? Esa fue la pregunta tácita que sobrevoló el Arena, donde Iggy Pop volvió a demostrar que el tiempo no pasa por él: lo desafía, lo muerde, lo escupe.
A los 77 años, el padrino del punk dio un show que fue un estallido físico y sonoro, un happening eléctrico en el que el cuerpo se volvió bandera y la música un detonador de comunión colectiva.
Antes de empezar, sonó "Libertango" de Astor Piazzolla, la primera sorpresa que le regalaría el músico a la gente, exhibiendo respeto por la cultura local y un gran paladar para curar detalladamente la previa. Después de esta muestra de cariño, el inicio fue a pura violencia escénica: ladridos de perros, Iggy rengueando hacia adelante, el chaleco volando por el aire y un triplete demoledor con “T.V. Eye”, “Raw Power” y “I Got a Right”. El público entendió el mensaje: no había lugar para la mesura. Apenas un minuto de show y ya estábamos en un campo de distorsión y pogo, con la garganta entregada y los pies sin freno. La gente caía en diagonal desde todas partes.
La banda cuenta con la guitarrista Ale Campos, que es hija de un argentino exiliado en Miami en la dictadura militar. Además, con Nick Zinner de Yeah Yeah Yeahs también en guitarras, Joan Wasser en teclados, Brad Truax en bajo, el baterista Brad Truax, y la dupla de caños formada por el trombonista Corey King y el trompetista Pan Amsterdam.
Se plantaron como una máquina aceitada para sostener la tensión entre un caos organizado y un groove elegante, mientras Iggy domaba un nuevo escenario con maestría. Se arrastró por el piso, pateó el aire, agitó el micrófono como un látigo, lo revoleó al carajo. Quería encender la noche y lo consiguió.
El arsenal de hits llegó hacia la mitad y el Arena se volvió karaoke colectivo: “The Passenger” fue cantata intergeneracional, “Lust for Life” una ráfaga de euforia danzarina, "I Wanna Be Your Dog" una hoguera grunge y “Search and Destroy” el estallido que invitó a todos a subirse al ring. A ver quién se la banca de verdad. Iggy encarnaba en cada una de sus canciones. Parecía escupir las líricas. Las dejaba sangrar sobre la piel desnuda y marcada por venas.
El momento inesperado de la noche vino de la mano de Gaspar Benegas, guitarrista de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, invitado a subir para una versión incendiaria de “Louie Louie” que mezcló historia global con ADN local. Una postal improbable y memorable, de esas que alimentan la mitología del rock en Argentina.
El cierre con “Loose” fue la coronación de una noche salvaje. Exhausto pero desafiante, Iggy se despidió con un grito que no parecía de un hombre al borde de los 80, sino de alguien que todavía pide peligro, que sigue entendiendo al rock como un acto físico, visceral y absoluto.
La Iguana brindó una lección de anatomía punk: un cuerpo que resiste, un artista que no interpreta un género, sino que lo encarna en su forma más pura.