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Filo.Mundo | El conflicto de las “Maras” en El Salvador, explicado

De dónde surgen estas organizaciones, qué formas de financiamiento manejan y cuál es el enfoque con el que Nayib Bukele, el presidente más joven de Latinoamérica pretende controlarlas, en esta nota. 

Filo.Mundo | El conflicto de las “Maras” en El Salvador, explicado

América Latina es la región más violenta del mundo. Si bien esta afirmación siempre trae subjetividades y conflictos sobre las variables a contemplar en un fenómeno tan complejo  y ante una región donde la falta de estadísticas es una deficiencia compartida, lo cierto es que en una zona de paz negativa (entendida como ausencia de guerra) como la nuestra, los conflictos abundan y las soluciones parecen cada vez más lejos. 

Un caso es el de El Salvador donde después de la guerra civil que dejó más de 75.000 muertos se instaló una suerte de Estado paralelo representado en las “Maras” y que paradójicamente tiene en la posguerra más víctimas que durante el conflicto armado. 

En este video de Filo.Mundo vamos a ver de dónde surgen estas organizaciones, qué formas de financiamiento manejan y por sobre todas las cosas, cuál es el enfoque con el que el presidente más joven de Latinoamérica pretende controlarlas. 

Para entender qué son las Maras tenemos que retrotraernos a principios de los 90 donde toman lugar dos hechos claves en la historia reciente salvadoreña. 

Por un lado, los Acuerdos de Paz firmados en 1992 por el gobierno de la Alianza Republicana Nacionalista y la guerrilla del Frente Farabundo Martí que terminaron con 12 años de conflicto armado en el país. Por el otro, anclado en 1996, el gobierno de Clinton y su política de deportación que generó la salida del país de unos 200.000 jóvenes de los cuales el 90% eran de origen salvadoreño, guatemalteco y hondureño. 

Este grupo de personas, en buena medida hijos de exiliados de ese mismo conflicto armado que intentaba comenzar a saldarse, adquirió en los Estados Unidos una serie de características propias a las pandillas de la época que, también existían, algo más fragmentadas, en El Salvador. 

Para el cierre de los 90 entonces se recopiló que la admiración por los “recién bajados del norte” era muy fuerte, en tanto que la rivalidad presente entre la Mara Salvatrucha y la del Barrio 18 inició un ciclo de violencia que de alguna manera continuó al conflicto armado.

Las “Maras”

La Salvatrucha o MS-13 es la pandilla de mayor presencia en el país. Con orígenes en Los Ángeles sobre los setenta, tres décadas después consolidaron una estructura criminal que mantiene en jaque a la sociedad salvadoreña.

Por el otro lado asoma Barrio 18 o 18-Sureños, también nacida en Los Ángeles, de hecho, su nombre lo toman de la calle californiana, en tanto que como ocurrió en la MS-13 una interna dividió aguas entre 18 Sureños y 18 Revolucionarios.

Es por ello que entender qué son las maras hoy no es tan fácil. En buena medida porque se trata de un fenómeno dinámico y complejo que rápidamente puede dejar obsoleta cualquier definición. 

Por caso, suele pensarse en estas organizaciones desde la juventud, algo que con el correr de los años, y a partir de su persistencia, lógicamente cambió. Además, la identidad como la forma de vestirse, tatuajes o ritos de iniciación también muestran novedades en este sentido. 

La violencia y la extorsión

Lo que no cambia es que el Triángulo Norte de Centroamérica tiene en Honduras y El Salvador un mano a mano por demás trágico para encabezar el ranking de las muertes violentas a nivel mundial donde estos grupos encontraron un terreno fértil para prosperar en un país que apenas salía de un conflicto armado, con un Estado en construcción y una pobreza estructural asentada. 

Aunque con esto último una aclaración por demás pertinente porque la correlación pobreza y violencia no existe. La mayoría de los adolescentes del país son pobres, pero no criminales. La violencia, en cambio, es multidimensional. 

En el año 1992 se dio por finalizado un conflicto armado que duró 12 años ¿Qué se puede ver tres décadas después? Que la violencia cambió en sus formas, pero no en su intensidad. Desde una perspectiva regional, los indicadores que presentan El Salvador, Guatemala y Honduras mantienen niveles por encima de la media.

Un triste indicador de esto es que en El Salvador, a pesar de los Acuerdos de Paz y el fin de una crisis que dejó un saldo de más de 75.000 muertos y miles de desaparecidos, en pocos años se pasó de la violencia política a una de tipo estructural donde paradójicamente, en la posguerra ya hay más asesinatos que durante todo el conflicto armado. 

La violencia registrada en el Triángulo Norte se atribuye en buena medida a las maras que tienen en los homicidios, extorsiones y secuestros parte de sus prácticas cotidianas. 

A esto es importante sumar que su identidad está vinculada al territorio que controlan porque además de explicar la creciente relación de las maras con el narcotráfico, en buena parte del país decretan toques de queda para regular las horas de entrada y salida de los habitantes, así como también utilizan chicos de entre 12 y 15 años como parte de esa logística

En esta línea de acción también impusieron la renta como una de las formas de financiamiento. Esta suerte de tributo a través de un sistema aceitado de extorsión opera sobre buena parte de la población y permite comprender, con lo anterior, porque ocurren los desplazamientos forzados del país. 

Esta capacidad de control de las maras provoca además que buena parte de la sociedad salvadoreña haya tenido que aprender a coexistir con dos Estados o con Estados paralelos.

Es por ello que la crisis migratoria (popularizada como la “caravana migrante”) está compuesta en buena medida por los cientos de familias que residen en zonas de alto riesgo controladas por maras y que además del temor a la violencia abandonaron su país para evitar el reclutamiento forzoso de sus hijos. 

Según la Organización Mundial de la Salud, la violencia en Centroamérica es epidémica y se está volviendo crónica en ciertas zonas. El Salvador es una de ellas y nada parece indicar que en el corto o mediano plazo la situación vaya a revertirse. 

Las políticas

Si para el cierre de 1990 la firma de los acuerdos generaba una cierta expectativa en reducir los niveles de conflictividad, el siglo XXI muestra el enfoque que, en buena medida dieron todos los Gobiernos de turno.

Para 2003 por ejemplo, el gobierno de Arena lanzó la política de “mano dura”, generando una gran cantidad de presos, lo cual a su vez tuvo un doble efecto: cárceles colapsadas, por un lado, algo que ya vamos a ver y la posibilidad de reorganizar estos liderazgos, por el otro.

Con el cambio de gobierno se probó con la negociación conocida como “la tregua”, basada en reubicar a los líderes de las maras, detenidos hasta entonces en una cárcel de máxima seguridad, en recintos de menor presión y generando la reducción en los niveles de homicidios que vimos hace un rato.

Pero con la victoria de Sánchez Cerén, para 2014 se ordenó el retorno al centro penitenciario de máxima seguridad de estos líderes, algo que decantó prontamente en que los homicidios, en particular de policías y militares, aumentaron nuevamente.

Osea que además de la incapacidad del Estado salvadoreño en controlar su propio territorio, estos vaivenes dejan ver que, como vimos en el caso de México, la mayor presencia de las fuerzas de seguridad, no se traduce en la disminución del poder de estos grupos.

El Presidente millennial 

Con 38 años y en el cargo desde el 1 de junio de 2019, Bukele hizo de Twitter su medio de comunicación hacia el país y el mundo. Desde la red social daba órdenes a sus funcionarios, los felicitaba y también los retaba.

Pero lo cierto es que por fuera de sus formas y el haber roto la hegemonía electoral de los dos partidos que gobernaron desde 1992, el mandatario prontamente fue mutando en sus políticas.

El retiro del nombre del coronel Domingo Monterrosa, Comandante de las Fuerzas Armadas durante el conflicto civil, fue una primera medida que causó satisfacción. Pero en poco tiempo Bukele comenzó un discurso sobre estos grupos criminales que se basa en la idea de que los presos van a pagar los errores de los que están en las calles.

El mandatario decretó en plena pandemia y con una superpoblación carcelaria mayúscula un estado de emergencia carcelario, autorizando el uso de fuerza letal y decidiendo mezclar las facciones de la MS13 y la M18 en una misma cárcel dejando imágenes en las que se puede ver a cientos de personas amontonadas adrede marcando, la contradicción absoluta del necesario distanciamiento social.

Los integrantes de las organizaciones más violentas están literalmente durmiendo con su enemigo, aunque tanto la Mara Salvatrucha como las dos facciones de Barrio 18, decidieron darse una nueva tregua para lograr, al menos, intentar convivir.

Pero difícilmente esto pueda contemplarse como un logro político y mucho menos como un paso necesario para resolver un problema estructural en un país donde la violencia no sólo no cede sino que avanza cada vez más fuerte. 

Como vimos y como la historia ha probado, las respuestas tienen que venir del Estado, en forma integral, con voluntad y transparencia política. La violencia, no se puede frenar con más violencia.

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