Alberto Nisman cobró notoriedad extrema al hacer una denuncia contra el gobierno de Cristina Kirchner. En su presentación, el fiscal aseguró, el 15 de enero de 2015, que el Poder Ejecutivo había intentado dar de baja las alertas rojas contra los ciudadanos iraníes acusados de ser los responsables del atentado a la AMIA. 

Dos días después, el 17 de enero, Ronald Noble, que había sido secretario general de Interpol desde 2000 hasta 2014, desestimó la denuncia de Nisman, alegando que ningún funcionario del gobierno argentino había tratado de cancelar las alertas rojas. 

A la noche del domingo 18 de enero de 2015, Sara Garfunkel, madre del fiscal, fue al departamento de su hijo en Puerto Madero porque había sido avisada de que él no respondía llamados. En el baño encontró la puerta cerrada. Cuando quiso abrir, notó que la propia cabeza de Nisman trababa el acceso. Había un charco de sangre. El fiscal tenía un disparo en la cabeza y a su lado había una pistola calibre 22.

La conmoción fue total. El personaje público del que más se hablaba en los medios y en la calle había aparecido muerto de un tiro. Enseguida surgieron dos teorías, opuestas e incompatibles entre sí, que dividieron al país. De un lado, quienes consideraban que Nisman había sido asesinado por su denuncia contra la presidenta, e incluso la acusaban a ella de manera directa. Del otro lado estaban quienes aseguraban que el fiscal se había suicidado por la presión de los servicios de inteligencia y al notar la debilidad de sus supuestas pruebas contra el gobierno.