Ir al contenido
Logo
Ciencia #Newsletter

Sócrates a la menos uno

La ignorancia es indeseable, pero peor es la ignorancia de la propia ignorancia ¿Qué pasa cuando no podemos reconocer la propia incompetencia? ¿Qué efecto tiene sobre nuestras decisiones? Esta es la primera entrega de una serie de artículos acerca de la necedad del cerebro, el tema principal de “Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión", mi tercer libro.

Sócrates a la menos uno

“Sólo sé que no sé nada” es una frase adjudicada al filósofo griego Sócrates que parece ir en dirección contraria a lo que escuchamos todos los días en el mudo moderno. Hay argentinos que parecen ser los más sabios del mundo. Los podés encontrar manejando un taxi, atendiendo en un café, en la fila de la verdulería, en Twitter y en varios de tus grupitos de Whatsapp. Te podés preguntar cómo es que cabe tanta sabiduría en una sola mente. Cómo puede ser al mismo tiempo DT, economista, experto o experta en finanzas, consejero o consejera de crianza, especialista en relaciones de pareja y en jardinería. Encima, las redes sociales son esos lugares en los que un médico nutricionista puede decir que un meta análisis reveló que la dieta paleo no sirve para bajar de peso y vas a tener cientos de personas que respondan “a mí, a mi hermano y a mí abuela nos funcionó” o “he investigado en Google y lo que usted dice es incorrecto (postea link a un blog llamado “volvamos al paleolítico”)”.

Esta característica se puso de manifiesto en el debate sobre la legalización del aborto en el que muchos legisladores dejaron ver su ignorancia e inclusive estuvieron orgullosos de su completa incompetencia en temas de biología y de políticas públicas relacionadas con la salud. Las evidencias de varios experimentos nos indican que los humanos no somos muy buenos para evaluar cuánto sabemos ni cómo nos desempeñamos en los diferentes desafíos de la vida. Por ejemplo, es mucho más probable que nuestros compañeros de trabajo sean más precisos al evaluar nuestro rendimiento laboral que nosotros mismos. Cada uno se ve desde adentro y a veces se hace difícil poder observarnos como nos ven otros. Lo que sí pasa es que hay algunas personas que son más precisas y otras menos precisas a la hora de realizar una autoevaluación.

La capacidad de estimar la propia capacidad o el rendimiento se conoce como metacognición. Se trata de una habilidad muy deseable, porque nos permite modificar nuestro comportamiento de acuerdo al propio feedback sobre nuestro desempeño y, en parte, al feedback de los demás. Una pregunta interesante es si las diferencias individuales en la metacognición tienen consecuencias reales sobre nuestro desempeño y nuestra capacidad de modificar nuestras creencias en base a los niveles reales de experticia en diferentes materias.

Incapaces y no conscientes de ello

En el año 1999, los psicólogos Justin Kruger y David Dunning de la Universidad de Cornell en Estados Unidos, publicaron un trabajo preguntándose cuán buenas eran las personas para reconocer su propia incompetencia[1]. El estudio tiene un título muy simpático, “Incapaces y no conscientes de ello: cómo las dificultades para reconocer la propia incompetencia llevan a autoevaluaciones infladas”. Realmente un titulazo.

El trabajo no tiene desperdicio, a lo largo de 5 experimentos los científicos juzgaron la capacidad de estudiantes universitarios de reconocer cuán buenos eran en varias tareas. Evaluaron a los participantes del estudio en tests de reconocimiento de humor (qué chistes son graciosos), razonamiento lógico y gramática. Después de cada uno de estas evaluaciones, les pidieron que se colocaran en un puesto de un ranking de 1 a 100 con respecto a los otros sujetos del experimento en cuanto a cómo pensaban que había sido su rendimiento. Si se colocaban en los puestos más bajos, pensaban que les había ido mal, puestos cercanos a 50 indicaban que su rendimiento subjetivo era promedio y los lugares más altos eran para los que creían que eran geniales.

Consistentemente se observó el mismo resultadolos estudiantes que estaban en los puestos reales más bajos (los peores) se habían colocado en puestos más altos que el promedio (alrededor de 60 o más), mientras que los que tenían calificaciones altas habían resultado más precisos al momento de autoevaluarse. Triste, lo sé, pero se pone aún peor. Mostrarles los exámenes de otros participantes como para que pudieran comparar lo que habían contestado con los demás, no modificó el resultado.

O sea que los que menos sabían eran los que mostraron mayor diferencia entre la evaluación real y la subjetiva. Los más incompetentes se creen más competentes. Se podría decir que tienen menos habilidades metacognitivas, como tu amigo que insiste en resolver los temas de humedad de su casa para no llamar al plomero, vive hoy en el segundo piso y sale de su casa en canoa. Este fenómeno psicológico es conocido como “efecto Dunning-Kruger” en honor a sus descubridores quienes merecen un aplauso y un gran abrazo. 

Efecto Dunning-Kruger

O somos muy optimistas o tenemos pocas habilidades metacognitivas

¿Y qué podría tener que ver esto con la política? Porque en estos días parece ser lo único que importa. Me viene la mente la frase del actual presidente Mauricio Macri cuando le pidieron que calificara numéricamente su primer año de gestión y dijo “me pongo un 8”. Posteriormente en varias ocasiones admitió que había sido “demasiado optimista”.

El optimismo es un rasgo claramente deseable, pero deberíamos no confundir optimismo con fallas metacognitivas. Y parece que la metacognición nos puede decir algo acerca de cómo pensamos y, sobre todo, cuán permeables somos a cambiar de opinión. Y acá aparecen las grietas y los que están a ambos lados ¿Será que los más fundamentalistas son más incapaces de reconocer que están equivocados? Eso parecería medio obvio. Pero además ¿será que esa incapacidad de traslada a otros aspectos de la vida que nada tienen que ver con política?

Para responder esta pregunta los investigadores Max Rollwage, Raymond Dolan y Stephen Fleming de la University College London en Inglaterra, realizaron una serie de experimentos masivos estudiando las habilidades metacognitivas de cientos de participantes de diferentes orientaciones políticas [2].

El primer estudio consistió en realizar una muestra de 344 participantes que completaron un cuestionario sobre cuestiones políticas que mide aspectos relacionados con la orientación política, conductas electorales, actitudes referidas a temas políticos específicos, intolerancia a actitudes políticas opuestas, rigidez en sus creencias y autoritarismo (de derecha y de izquierda).

El primer análisis que hicieron fue un cruce de datos entre los valores de orientación política (izquierda o derecha) e intolerancia dogmática (intolerancia a las creencias de los demás y rigidez de pensamientos). Observaron que ambos extremos de la orientación política, los que estaban más a la derecha o más a la izquierda eran los más intolerantes y rígidos. Con respecto al autoritarismo, la relación era lineal, cuanto más a la derecha en el espectro político, más autoritarios habían reportado ser los participantes. El primer dato interesante es que la intolerancia al pensamiento de los demás es mayor cuando más radical es la orientación política.

Para el segundo y el tercer estudio, se reclutaron 381 y 417 sujetos experimentales y, esta vez, sumaron una serie de experimentos para evaluar la metacognición. El primero consistió en que cada participante realizó una tarea de decisión perceptual. El test consistió en 60 ensayos en los que se les presentaron en la pantalla de la computadora dos parches con puntos titilantes. Los sujetos debían decidir cuál de los dos parches tenía mayor densidad de puntos. Una vez seleccionado el parche, debían reportar la confianza en su decisión en una escala numérica. Había una recompensa asociada a una mejor precisión en la estimación del desempeño comparada con el desempeño real, cuanto más parecidas, mayor era la recompensa. De esta manera, los sujetos estaban motivados a ser precisos en su autoevaluación.

Los investigadores esperaban que la intolerancia dogmática estuviera asociada a una menor sensibilidad metacognitiva. En otras palabras, que los individuos más dogmáticos e intolerantes a las opiniones de los otros, tuvieran una menor capacidad de discriminar decisiones correctas de incorrectas de forma general, no necesariamente ligadas a resolver un tema político social. Los resultados obtenidos apoyaron esta hipótesis, porque los participantes más intolerantes fueron peores al momento de estimar si sus decisiones habían sido correctas o incorrectas, y no necesariamente pensaron que siempre eran correctas, los errores se dieron para ambos lados. Al comparar el desempeño real en la tarea, no hubo diferencias asociadas al dogmatismo intolerante. O sea, lo que falló fue la estimación subjetiva del rendimiento en la tarea, pero no el resultado real. Todos los sujetos resolvieron correctamente alrededor de un 71% de los ensayos. Además, en otro experimento, los más radicalizados no fueron capaces de modificar la estimación subjetiva de su desempeño a partir de evidencia de que la decisión había sido incorrecta. Algo así como que aunque les guiñaron el ojo, les pisaron el pie y les gritaron “incorrecto”, no modificaron su confianza en que habían tomado la decisión correcta. Algo similar encontraron en relación al autoritarismo, una imposibilidad de modificar la confianza en las decisiones a pesar de obtener evidencia de que fueron incorrectas.

Según estos resultados, una explicación posible de por qué las personas más radicales en sus pensamientos son más resistentes a cambiar de opinión en base a evidencias de que están equivocados es la menor capacidad de determinar, de manera general, si sus decisiones fueron correctas o incorrectas.

El panorama que pintan el trabajo de Dunning y Kruger y éste más nuevo, además de muchos otros, no es muy alentador, pero hay que tener en cuenta que los extremos de las grietas son los más ruidosos, pero no los más numerosos. La mayoría de los humanos nos ubicamos en los grises que tienen mala prensa. Pero son estos grises los más abiertos a aceptar evidencias y cambiar las creencias. Los que apuestan a la polarización deben pensar que la metacognición aparece sólo en los cuentos de hadas y que trolear en redes sociales garpa, ignorantes de su propio desempeño de gestión.

Dr. Pedro Bekinschtein. Investigador de CONICET en el Instituto de Neurociencia cognitiva y Traslacional (CONICET-INECO-UNiversidad Favaloro). Autor de "100% Cerebro", "100% Memoria" y "Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión".

[1] Kruger, J.; Dunning, D. Unskilled and unaware of it: how difficulties in recognizing one's own incompetence lead to inflated self-assessments. J Pers Soc Psychol 1999, 77 (6), 1121.

[2] Rollwage, M.; Dolan, R. J.; Fleming, S. M. Metacognitive Failure as a Feature of Those Holding Radical Beliefs. Curr Biol 2018, 28 (24), 4014.

  • Newsletter

Ultimas Noticias