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Se desbandó la cuarentena

El movimiento en las calles en algunas partes de la ciudad y el conurbano han recobrado su actividad habitual.

Se desbandó la cuarentena

Han transcurrido casi dos meses desde que se decretó el aislamiento obligatorio. Hoy en los portales de noticias se comenzó a circular la que el mismo se extenderá hasta al menos el 24 de mayo. Diferentes provincias y municipios aún están reacios a flexibilizar las salidas, sobre todo las recreativas, mientras el gobierno nacional prioriza salud por sobre economía. 

En redes sociales y salas de Zoom, se ve y escucha un creciente sentimiento de "ya fue, en algún momento me lo voy a agarrar"

Las calles han comenzado paulatinamente a recuperar su tráfico, los controles policiales se han relajado y en muchas veredas de calles comerciales y avenidas hay que esquivar peatones. Es evidente; el hastío comenzó a ganarle a la obediencia.

Las calles silenciosas, los negocios cerrados, las colas con distanciamiento en los locales; todo eso, desde hace unos días y progresivamente, ha ido disminuyendo. Lo único que si se respeta en su mayoría es el barbijo o análogos.

Santa Fe y Pueyrredón
Santa Fe y Pueyrredón

En estos últimos 2 meses que llevo encerrado (mi aislamiento voluntario concluía el día que se aprobaba el obligatorio), el ver a todo el mundo con cubre-boca en mis idas al cajero o al supermercado, no me parecía disonante con la situación. Más allá de sentirme en una película apocalíptica caminando por calles desiertas en horario comercial los barbijos eran un elemento lógico que no desentonaba con el marco.

Hoy me encontré viviendo en la vieja normalidad. En la cola del cajero automático, la distancia entre las más de 10 personas que tenía por delante era de como máximo cincuenta centímetros. A la persona que le pregunté si estaba en la cola para el cajero o el autoservicio, se bajó el barbijo para responderme (intuyo para que le entienda mejor). 

Lo preocupante no es que la gente haya decidido unilateralmente suspender el aislamiento y exponerse más. Lo significativo es que también nos hemos relajado en nuestros nuevos hábitos sanitarios. 

 

Los países que hasta el momento han tenido más éxito frente al coronavirus y que no han establecido aislamiento obligatorio como Australia, Portugal o Dinamarca, han logrado el equilibrio en ésta nueva métrica que se nos ha vuelto cotidiana entre aplanamiento de curva de contagio y libertad a través de una estricta conciencia (y vergüenza) social.

En el caso de Portugal, transgredir los nuevos códigos de convivencia respecto al distanciamiento social es algo que despierta un fuerte repudio tanto a nivel social como subjetivo en las personas. 

Somos argentinos y argentinas, y nos conocemos. Hasta hace unos pocos días, ha sido sorprendente y admirable el acatamiento de un 80% en promedio de los lineamientos impuestos por los Decretos de Necesidad y Urgencia. Por mas de un mes, no nos comportamos como argentinos ¿Somos capaces de seguir siendo ejemplo para nosotros y quienes nos rodean?

Actualmente estamos atravesando una situación de "olla a presión". Hemos estado acumulando y cocinando a fuego fuerte ansiedad, soledad, insomnioincertidumbre y la presión interna ha excedido el límite estructural de la olla. Todo lo que estaba dentro amenaza con salir descontroladamente.

La pregunta que debemos hacernos ahora, cuando la mentalidad de manada nos comience a empujar, consciente e inconscientemente, a relajar nuestro confinamiento más allá de lo que ordene la autoridad, es qué tanto estamos dispuestos a renunciar al crecimiento comunitario y social que tan rápido desarrollamos en estos últimos dos meses.

En los últimos días hemos comenzado a pensar menos y actuar más por impulso. "No quiero ser más papista que El Papa", me dijo una amiga ayer luego de volver de la calle donde se sintió una idiota por seguir respetando a rajatabla el aislamiento mientras una creciente cantidad de gente ya está haciendo vida normal.

Los errores que cometamos hoy, los vamos a comenzar a pagar con certeza en unas semanas. Depende de cada uno de nosotros y nosotras ser responsables y administrar la libertad, que sin decreto mediante, hemos decidido colectivamente volver a otorgarnos.

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