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¿Sirve el distanciamiento social? La naturaleza da una respuesta

Diversas especies recurren a tácticas similares a la nuestra para evitar la dispersión de enfermedades en sus sociedades. 

¿Sirve el distanciamiento social? La naturaleza da una respuesta

Desde que empezamos a entender la dinámica de la transmisión de SARS-CoV2, el coronavirus nuevo que apareció en China en diciembre, sabemos que la medida más efectiva para evitar su dispersión, hasta tanto hayamos alcanzado la inmunidad de rebaño, es el distanciamiento social. Cuanto más lo respetemos, más difícil es para el virus saltar de persona en persona y, por lo tanto, más lento es el ritmo de contagio. Todo esto lo explicamos en detalle en este video:

Algo que no se ha dicho lo suficiente, sin embargo, es que no somos la única especie en practicar el distanciamiento social cuando nos enfrentamos al brote de alguna enfermedad. 

Vivir en grupo es muy conveniente por muchos motivos, pero también tiene sus desventajas. Una de ellas es, sin dudas, el incremento de las posibilidades de contagio cuando aparece alguna enfermedad. De todas las estrategias posibles para enfrentar esta amenaza, una de las que premió la selección natural fue justamente el distanciamiento social. 

Así como la capacidad para detectar y escapar rápidamente de un predador es seleccionada por la naturaleza porque mejora las chances de supervivencia y reproducción de quien la posee, la capacidad de tomar distancia de quienes están infectados con algún patógeno parece ser, también, un comportamiento que la naturaleza premia: si un mono X viene con las instrucciones genéticas para detectar y alejarse de los individuos enfermos, tendrá menos chances de infectarse y morir tempranamente que un mono Y que carezca de esa habilidad. 

Por lo tanto, tendrá más oportunidades para reproducirse; sus crías, a su vez, heredarán esa habilidad y, a la larga, la especie estará constituida mayoritariamente por individuos que poseen la capacidad de distanciarse socialmente frente al brote de una enfermedad. 

Distanciamiento social en animales: hormigas, langostas y monos

La dispersión de las enfermedades, tanto entre animales no humanos como entre humanos, no depende solamente del comportamiento del patógeno sino del comportamiento de sus posibles hospedadores. Y la dispersión de la estrategia del distanciamiento en especies que viven en grupo (esto es, la evolución convergente de ese comportamiento) parece indicar que se trata de una estrategia exitosa. 

Por ahí el caso más evidente es el de los insectos sociales, que viven en colonias inmensas -a veces de cientos de millones de individuos-, donde el riesgo de contagio es claramente superior al que habría en un recital del Indio Solari.

De hecho, fue el estudio de este tipo de colonias el que condujo a postular, en un artículo ya clásico de 2007, la existencia de “sistemas de inmunidad social”, entendidos como aquellos en los que la acción colectiva o los comportamientos altruistas resultan en el control o la eliminación de las enfermedades provocadas por parásitos.

Las hormigas, por ejemplo, reducen el riesgo de epidemias modificando sus redes sociales ante la presencia de patógenos, según se mostró en este artículo publicado en la revista Science: por un lado, los individuos infectados se aislan y, por el otro, los no infectados reducen las interacciones sociales con el resto, cuando se dan cuenta de que hay una enfermedad dispersándose por la colonia.

Incluso ocurre que las hormigas sanas forman una especie de escudo protector para aislar a los individuos más valiosos de la colonia (la reina y las trabajadoras jóvenes), de manera tal que no entren en contacto con quienes son los que más posibilidades tienen de tener la enfermedad: los individuos recolectores que están frecuentemente afuera buscando comida. 

Y esto no funciona solamente con los parásitos. La langosta del caribe (Panulirus argus) es atacada por un virus (PaV1) que se transmite tanto a través del contacto físico como a través del agua. Como las langostas son sociales y suelen compartir guaridas de a varias, las condiciones para la transmisión de la enfermedad son ideales. Pero resulta que, como las hormigas, las langostas pueden detectar a los enfermos y evitar juntarse con ellos

Esto fue descripto en un artículo de 2006. Los científicos detectaron que, en su hábitat natural, las langostas infectadas compartían guarida en un porcentaje mucho menor que las sanas: mientras el 56 % de las sanas lo hacía, sólo el 7% de las infectadas. 

Entonces diseñaron un experimento en el cual langostas sanas y langostas enfermas tenían que decidir si iban a una guarida vacía o a una que tuviera o bien un individuo sano o uno enfermo. Y lo que encontraron es que si bien los individuos enfermos no tenían ninguna preferencia especial, las langostas sanas evitaban las guaridas en las que hubiera langostas enfermas

Más cerca de nosotros en su historia evolutiva, los mandriles adoptan mecanismos comportamentales que también evitan la transmisión de parásitos. En este estudio, resultado de un trabajo de más de dos años, los investigadores usaron análisis químicos, experimentos controlados y observación de largo plazo y descubrieron no sólo que son capaces de detectar a los individuos infectados con un parásito a partir del olor de sus heces sino que adoptan varios comportamientos para disminuir las posibilidades de contagio: evitan el grooming (una práctica que fortalece los lazos sociales) con quienes están infectados y, también, se cuidan de no tomar contacto con su materia fecal. 

En un trabajo publicado hace un par de meses, se mostró que los murciélagos tienen protocolos de comportamiento relativamente similares. Se trata de una especie altamente social, que vive en colonias de cientos de miles de individuos. Es un modelo de lo que se conoce, en biología del comportamiento, como “altruismo recíproco”: además de practicar el grooming, como los monos, los individuos que fueron exitosos en la recolección de sangre luego la comparten con sus co-específicos regurgitándosela en su boca. Por supuesto que no se les comparte a todos por igual: a la familia primero y, luego, a los individuos que demostraron haber sido solidarios con ellos en el pasado. 

Lo que quisieron ver los investigadores es cómo resultaba afectado el comportamiento social cuando un individuo se enfermaba. Para ello, monitorearon a una colonia pequeña de murciélagos y lo que descubrieron es que los individuos sanos interactúan menos con los enfermos (practican menos grooming), salvo que sean miembros de su propia familia. Lo que no disminuye, sin embargo, es la provisión de comida, que resulta una actividad esencial para la supervivencia de la colonia.   

En fin

La pregunta, para concluir, es: ¿Por qué es importante en todas estas especies el distanciamiento cuando hay individuos enfermos? Porque, como nosotros, son todas especies que dependen de la vida en sociedad para su supervivencia. Y el distanciamiento es un gran método para preservar los beneficios de vivir en grupo minimizando los riesgos

De lo que se trata, en definitiva, es de reducir nuestras interacciones ahora para volver a tenerlas normalmente lo antes posible. Porque ser humano es, en buena medida, compartir la vida con los otros, y cuanto antes podamos volver a hacerlo, mejor. 

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