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Ciencia

¿Qué le pasa al cerebro cuando nos enamoramos?

Tanto el pensamiento como el sentimiento y el comportamiento dependen del funcionamiento cerebral. Y enamorarse no es la excepción.

¿Qué le pasa al cerebro cuando nos enamoramos?

Enamorarse es el acto saludable más parecido a la locura. Sentimos una enorme exaltación, una fuerza descomunal y una felicidad extrema. También nos sentimos inestables, vulnerables, libres y esclavos a la vez. Nuestro pensamiento parece no poder apartarse de esa persona que nos enamora. A veces nos cuesta concentrarnos y cumplir con las actividades de todos los días. Estamos como en una nube, viviendo un sueño.

Tanto el pensamiento como el sentimiento y el comportamiento dependen del funcionamiento cerebral. Y enamorarse no es la excepción. Áreas cerebrales como el lóbulo frontal, el área tegmental ventral y la amígdala, se activan por la acción de sustancias y hormonas tales como la dopamina, la oxitocina, los opioides y la vasopresina. Estos eventos cerebrales ocurren en forma de cascada y condicionan, sin duda, nuestra elección de pareja.

Las áreas cerebrales que se activan integran la información que ingresa por los sentidos con aspectos motores, motivacionales, emocionales y sociales que nos llevan a la acción. Mientras miramos a la otra persona, movemos el pelo, nos acercamos o nos alejamos, decimos o callamos, nuestro cerebro evalúa cada acto anticipándose a sus consecuencias y buscando optimizar nuestra actuación.

La liberación de dopamina y su exceso en el espacio entre las neuronas produce los sentimientos de excitación, de exaltación y a veces, de euforia, cuando estamos frente al ser querido. Con cada encuentro, esta sensación placentera activa en el área tegmental ventral, al circuito de recompensa cerebral. Esta activación nos va a llevar, indefectiblemente, a desear la presencia del otro. El ansia por un nuevo encuentro empieza a incrementar la motivación y nuestra corteza cerebral trabajará incansablemente integrando información y planificando cómo cumplir ese deseo. Se cree que, en esta instancia, la acetilcolina y las endorfinas se ocupan de construir el sentimiento de extrañar al otro.

La oxitocina y la vasopresina son cruciales para la sexualidad, el amor romántico y el desarrollo del apego. Ambas hormonas interactúan con la amígdala, el centro cerebral de la emoción, y le entregan el mando para la toma de decisiones. De ahí, que muchas veces nuestras decisiones no sean del todo racionales cuando estamos enamorados. La amígdala se ocupará de integrar al deseo con el erotismo y de transformar a la sexualidad en una experiencia superior. La liberación de oxitocina y de endorfinas alcanzará su mayor expresión en el momento del orgasmo, integrando el placer, la euforia y el deseo.

Una región interna del cerebro, el cíngulo, integrará las sensaciones corporales. Allí, los besos, las caricias, el roce, se unirán generando un momento intenso de placer. Esta estructura, también estará por detrás de los sentimientos de pérdida y dolor cuando nos separamos del ser amado.

No podemos dejar de lado los celos. ¿Quién no los padece en alguna medida cuando se enamora? Frente a los celos, descienden los niveles de oxitocina. Nuestra mente percibe alguna persona o situación como peligrosa para la estabilidad de la relación con el otro. Se incrementa la liberación de cortisol, la hormona que está por detrás del estrés, del miedo y de la ansiedad. Nos sentimos mal, vulnerables, con el piso vacío debajo de los pies. Sorprendentemente, este malestar no nos desenamora. ¡Al contrario! El estrés nos vuelve más vulnerables a estar enamorados. Aumenta los niveles de vasopresina y con esto, la atracción y la preferencia por la pareja.

Por último, tenemos la acción de la serotonina. La hormona del bienestar a largo plazo. Su liberación produce sentimientos de felicidad y de tranquilidad, sin la intensidad de la euforia dopaminérgica. Al alejarnos de nuestra pareja, los niveles de serotonina descienden y nuestra mente empieza a generar pensamientos transitorios, de tipo obsesivo, que nos llevan a pensar constantemente en el otro, a esperar un llamado o a fantasear dónde estará o qué estará haciendo.

Allí, el circuito se reinicia. Nuestra corteza empezará una vez más a hacer planes y a devolverle a nuestro cerebro, a la mente y a nuestro espíritu, el placer de un nuevo encuentro.

* Gabriela Gonzalez Alemán. Neurocientífica, Dra. en Genética del Comportamiento y fundadora de Brainpoints (MN 33343) Instagram: @brainpoints

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