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Ciencia

¿Puede la meditación ayudar a la depresión?

Los cerebros de las personas con depresión son distintos a los de las personas que no la padecen, pero por suerte es posible entrenar al cerebro para que sea menos reactivo ante estímulos depresivos

¿Puede la meditación ayudar a la depresión?

Gracias a los avances en el diagnóstico por imágenes y escáneres cerebrales ahora sabemos que los cerebros de las personas con depresión son distintos a los de las personas que no la padecen, del mismo modo en que el pulmón de una persona que fuma es distinto al de uno que no. La depresión es real, es una enfermedad y tiene solución.

Por suerte, la neurociencia ha descubierto que podemos desactivar la región cerebral que genera la avalancha de pensamientos negativos automáticos y establecer conexiones neuronales nuevas en las regiones asociadas a la conciencia, el aprendizaje, la memoria e incluso la empatía.

Una de las formas más recomendadas para hacerlo, además de la medicación psiquiátrica y la terapia, es la meditación.

Bucle de la depresión

La depresión es una enfermedad, no un defecto; es lo que los psicólogos denominan un síndrome, es decir, un conjunto de síntomas y signos que conforman un patrón. De acuerdo a la OMS la depresión en 2020 fue la segunda causa de muerte por detrás únicamente de causas cardiovasculares.

Para poder afrontarla de forma más eficiente es necesario entender la naturaleza circular de la depresión. En su libro, Descubre la felicidad con mindfulness, Elisha Goldstein, fundador del Centerfor Mindful Living en Los Ángeles, EE. UU y director de varios programas que ayudan a las personas a no recaer en la depresión, describe las cuatro vías de entrada del bucle de la depresión: Pensamientos, emociones, sensaciones y conductas.

Cualquiera de estas cuatro vías se activa tras un estímulo, que puede ser algo tan simple como una mirada de desaprobación o algo tan grave como perder un trabajo, y su activación pone en funcionamiento la rueda -a veces imparable- que nos genera tristeza y desazón.

  • Pensamientos: Aquí es cuando el cerebro inventa historias, recurre a experiencias pasadas para dar significados a eventos actuales, al mismo tiempo en que planifica el futuro y anticipa catástrofes como consecuencia del estímulo. Pensamientos negativos como “Nadie me quiere”, “Esto nunca mejorará” o “¿Porqué siempre me pasa lo mismo?” son habituales.
  • Emociones: Emociones como la irritabilidad, el miedo, el vacío, la desesperanza, la culpa, la vergüenza o la ansiedad surgen tras los pensamientos inventados por la mente.
  • Sensaciones: En esta fase estamos en el plano del cuerpo. A medida que emociones y pensamientos se intensifican, comienzan los dolores físicos como la pesadez, el insomnio o falta de apetito, el desinterés sexual, la pérdida de memoria, los temblores o la boca seca, entre otros.
  • Conductas: Las tres etapas anteriores concluyen en la incapacidad de tomar buenas decisiones y acciones. Actuamos con estrés, con miedo, y en muchos casos nos autoboicoteamos; con conductas como evitar a amigos y familiares, pasar demasiado tiempo durmiendo o en los videojuegos, comprando compulsivamente, bebiendo en exceso, comiendo mal, no ejercitando o mordiéndonos las uñas.

Estas malas decisiones, a su vez, llevarán a la generación de nuevos y aún peores pensamientos, emociones y sensaciones que reiniciarán el bucle. De ahí que estos cuatro elementos, cuando tenemos depresión, se refuercen mutuamente.

El problema más grave es cuando este bucle se termina transformando en un hábito condicionado. Un simple hecho como no poder dormir, o el cansancio físico puede poner el bucle en funcionamiento. De ahí la importancia de ser consciente de cuáles son nuestros propios estímulos, aquellos que son personales y únicos en cada uno, para aumentar la probabilidad de reconocer el exacto momento en que se está a punto de caer en el bucle de la depresión, desde una actitud de curiosidad y aprendizaje.

Ahí es donde aparece ese espacio de conciencia desde el que podemos elegir una respuesta más saludable. Eso es conciencia. Eso es mindfulness. “La única manera de retirar definitivamente la espina que impulsa el bucle de la depresión es dar un giro de ciento ochenta grados y acercarnos a ella con curiosidad en lugar de evitarla”, expresa Goldstein.

¿Puede la meditación curar la depresión?

“El secreto para superar la depresión y descubrir la felicidad consiste en aprovechar la capacidad antidepresiva natural de nuestro propio cerebro y crear, de este modo, una mayor fortaleza emocional” explica Goldstein.

Para empezar a despedirnos de los malos hábitos mentales debemos entender que los pensamientos no son verdades, y que lo que pensamos no es lo que somos, de ahí que podamos cuestionar nuestros propios pensamientos al observarlos, e incluso cambiarlos. La mayoría del tiempo estamos en piloto automático y el cerebro toma decisiones automáticas. Recurre a nuestra historia, al estado de ánimo y al entorno para ofrecer la respuesta más adaptativa.

Martín Becerra, el argentino que se propuso democratizar el acceso a la milenaria práctica de la meditación a través de Puramente App expresa: “Se pueden desarrollar las regiones cerebrales que nos protegen de la depresión y ralentizar las que la fomentan, para así, liberar y reforzar los antidepresivos naturales del cerebro que desarrollan la fortaleza emocional necesaria para sobrevivir a los momentos difíciles y abrirse a una vida que verdaderamente vale la pena vivir”.

Ciencia y meditación

La ciencia ha demostrado que la acción deliberada y repetida puede modificar nuestros cerebros para mejor, a través de un fenómeno llamado neuroplasticidad. Esto es en realidad muy novedoso. Hasta 1970 la ciencia creía que una vez que el cerebro se terminaba de desarrollar durante la infancia su estructura y conexiones neuronales se mantenían inmutables.

Los científicos también han descubierto que el entrenamiento en la meditación y el mindfulness nos hace menos sensibles a los sobresaltos. El mindfulness activa las regiones del cerebro más evolucionadas para que puedan controlar el disparo impulsivo de algunas de las estructuras más primitivas como el miedo, la ira y la ansiedad.

“Esto es importante porque significa que podemos entrenar al cerebro para que sea menos reactivo ante estímulos depresivos y plantar así las semillas de la satisfacción, la serenidad y la alegría y nos permite encontrar ese lugar de decisión personal entre el estímulo y la respuesta”, concluye Becerra. 

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